Muy personal
Daniel Viglietti: La Orden de los Caballeros Trovadores
El cantautor y luchador social peruano Jorge Millones relata en primera persona su encuentro con el maestro Daniel Viglietti en abril de 2008 en Montevideo.
El cantautor y luchador social peruano Jorge Millones relata en primera persona su encuentro con el maestro Daniel Viglietti en abril de 2008 en Montevideo.
Daniel Viglietti en abril de 2017.
© Xavier Pintanel
PL | Jorge Millones - Yo estaba muerto de miedo, me habían dicho que tenía un carácter de los mil diablos, y que encima, estaba muy molesto porque agentes del Servicio Secreto del Uruguay lo habían logrado encontrar tirado en una especie de cama al ras del suelo en la selva Lacandona.
El Subcomandante Marcos le había dado su litera personal y supervisaba los cuidados, pues un zancudo había picado al maestro tumbándolo con fiebre por unos días.
El rumor de que el gran maestro Daniel Viglietti, patrimonio vivo de los uruguayos estaba agonizando llegó hasta Montevideo. El Presidente Tabaré lo mandó a traer y contra la voluntad del "viejo", y por presión de sus anfitriones zapatistas, Viglietti accedió y regresó a Sudamérica.
Así, con el orgullo magullado, me recibió en su casa de Montevideo en el 2008 el maestro Viglietti. Gracias a la gestión de mi amigo Raúl Zibechi, pude cumplir un anhelado sueño:
"Mirá, vos vas entrar, no lo jodás mucho con eso de que es un maestro y que lo admirás, te puede mandar a la mierda en el acto. Vos dale la mano, decíle que venís de Perú y le das la copia que hemos hecho de tus discos, eso será, mmm, unos tres minutos, mientras yo espero a un lado, luego de eso vengo por vos, o por lo que quede de vos, jajaja". Así me preparó Zibechi para el encuentro...
También era abril y fue el regalo de cumpleaños que me di allá en el 2008. Lamentablemente, como soy un mal turista, un pésimo turista, no llevé cámara fotográfica, nada está registrado, por eso escribo esto, para que no se me olvide...
Cuando llegamos al edificio las manos me sudaban y estaba muy nervioso. Algo especial, algo distinto había en este encuentro. Cuando conocí a Silvio Rodríguez fue un encuentro igualmente entrañable, pero ahora era diferente...
Viglietti es un poco mayor que Silvio, también con años de experiencia militante, combativa de investigador y de artista, lo que se dice un "cuadrazo", pero algo presentía que iba a pasar.
Tocamos el timbre nos atendió una señora que trabajaba para la familia, por la confianza con que se movía en la casa era evidente que trabajaba allí hace muchos años. Pasamos a un departamento mediano, un comedor austero, algunas vitrinas con adornos y premios.
Por la derecha entramos a una sala, nos sentamos Raúl y yo y nos trajeron un café bien cargado a cada uno (lo cual me puso más nervioso aún).
Zibechi preguntó por el asistente, la señora respondió que lo había despedido el señor al volver de México.
De todas las direcciones me llegaba información sobre el huracán Viglietti, hasta que se abrió una puerta detrás del comedor y caminando muy lento entro un anciano que no supe distinguir quién era:
—¡Daniel! ¿Cómo vas compañero, todos estábamos preocupados por vos? Dijo Zibechi.
—¡Y qué se yo! ¡Tanta alharaca por un mosquito!
—Mirá, te presento a un amigo peruano, es músico, conoce a Hugo Blanco...
—¿Ah sí? ¿Todavía anda ese viejo?
Enseguida, le di la mano y le dije que Hugo andaba mucho y bastante bien, como siempre, luchando...
—Muy bien peruano. ¿Cómo te llamás?
—Jorge Millones, señor...
—Ok, la cosa es así, yo tengo un programa de radio, te voy a hacer una entrevista de tres minutos y vos al final cantás una canción. eso es todo. ¿Está?
—Muy bien señor.
—Luego de eso, yo llamo a nuestro amigo Zibechi para que venga por vos.
—No hay problema, gracias señor.
—No me digas "señor", Daniel está bien.
Luego sacó una grabadora antigua, aquella de teclas negras y rojas de la época del cassette, con un micrófono pequeño conectado... Me preguntó cómo me inicié en esto de cantar y hacer canciones, le conté de San Marcos, de la intervención militar en los 90, el fujimorismo...
Me remonté a Felipe Pinglo, el compositor de El plebeyo, le dije que yo no era un "chabuquista" (admirador de Chabuca Granda), que me identificaba más con Pinglo, además, éramos del mismo barrio.
Después pasamos a Mariátegui, a la golpeada izquierda peruana, a los movimientos sociales, en especial al movimiento indígena y sus perspectivas en el Perú.
Ya había pasado más de una hora, yo ya había cantado cuatro canciones, incluida Canto América, donde menciono su nombre. El maestro me agradece y me dice que así era él, como yo en en ese momento, "solo contra el mundo y con una guitarra".
Me regaña y me dice que cómo era posible que no me dedicara a la música al 100 por ciento: En aquella época yo compartía mi tiempo entre la música y por las mañanas un prometedor trabajo académico y de oficina.
"Los trovadores, somos como una orden antigua, esas como la de los caballeros. Tenemos nuestra arma, defendemos al humilde, luchamos por el pobre, aborrecemos la injusticia...Vos tenés canciones para tu pueblo, entonces si no asumes este oficio 100 por ciento, sería muy malo porque se perdería tu música y las historias de tu gente."
"No importa que ahora nadie te escuche, ese es un tema menor, primero debes asumirte. Haz un juramento, aquí, delante mío, jura que volviendo a Perú, serás un trovador del canto nuevo y de la patria".
Y así fue, lo juré delante de él y después de dos horas de conversación entendí porque había estado tan nervioso. Mi vida desde esa vez no fue igual, todo cambió, todo fue distinto, mi compromiso de artista ya no era solo con los valores.
Ahora me sentía parte de una tradición de hombres y mujeres que luchaban con una guitarra, y aunque visto de este modo, el compromiso pesaba más, a la vez me daba mucha más fuerza.
Al rato, llego Zibechi, increíblemente habían pasado tres horas. Nos despedimos con mucho afecto del maestro, quién me obsequió un compendio muy completo de su obra, aún guardo la dedicatoria, única prueba material de esta historia.
Estando ya en el Cusco, renuncié a mi trabajo, contra las voces más maduras que la mía. Renuncié y acepté —otra vez, como cuando niño— el título de loco, "te volviste loco".
Dejé todo y me encerré 6 meses a escribir el disco-libro Cascabel. Entendí que en la vida es mejor arrastrar deudas que frustraciones. Con mi liquidación laboral financié la mitad de mi primer disco y un pequeño estudio de grabación. Jamás he parado de cantar y lo hice donde haga falta. Allí donde han precisado un trovador, he procurado estar, honrando un juramento...
Lo que Daniel jamás me dijo, fue que gracias a este oficio, los compas se vuelven cómplices, socios, inversionistas, locos que te empujan más adelante aún, porque alguien tiene que seguir tomando fotos, escribiendo canciones, poemas, pintando cuadros, contando historias, para que no nos olviden, para que alguien en el futuro nos escuche, aunque nuestros nombres ya no existan, la memoria de las luchas, siempre necesita un fondo musical. Espero haber honrado con altura lo que juré.
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