El trovador cubano recibe su doctorado honoris causa
Silvio Rodríguez: hubo «algo de milagro o maravilla»
La Universidad Veracruzana (UV) entregó ayer su Doctorado Honoris Causa al trovador Silvio Rodríguez, quien tras aceptar la distinción dijo: “No sé si decir milagro o decir maravilla, pero algo de eso hay sin duda en el acto de esta noche”.
La Universidad Veracruzana (UV) entregó ayer su Doctorado Honoris Causa al trovador Silvio Rodríguez, quien tras aceptar la distinción dijo: “No sé si decir milagro o decir maravilla, pero algo de eso hay sin duda en el acto de esta noche”.
En sesión del Consejo Universitario General (CUG), el rector de la UV, Raúl Arias Lovillo, entregó el reconocimiento a Silvio Rodríguez y también al historiador Eusebio Leal y dijo que, con este reconocimiento, la institución exalta el valor, la templanza y la historia de dignidad del pueblo de Cuba.
Arias además, hizo una defensa del derecho de los cubanos a la autorregulación y, en este sentido, dijo: “Atentos estaremos siempre a cada paso que el pueblo cubano emprenda por resistir y defender lo que le pertenece: su libertad para determinar su destino. Lo que Cuba decida será siempre respaldado por quienes creemos sinceramente que nadie mejor que los propios cubanos para encontrar la ruta hacia un futuro de bienestar, justicia y democracia”.
Añadió que “este acontecimiento, renueva los ancestrales y profundos sentimientos de hermandad y cariño de todos los mexicanos, pero muy particularmente de los veracruzanos, hacia el pueblo de Cuba. Ésta es una hermandad entrañable que viene de muy lejos, tiene raíces históricas, culturales, raciales y hasta familiares entre nuestros pueblos”.
Esta amistad inquebrantable, agregó, es lo que lleva a la UV a reconocer la lucha del pueblo de Cuba por la libertad y por mantener su territorio y a su pueblo soberano e independiente.
En representación de los homenajeados, Silvio Rodríguez llamó a la UV “una gran casa del conocimiento”, y compartió con los asistentes cómo fue que empezó a cantar por aburrimiento, mientras cumplía con su servicio militar.
“Quién me iba a decir que mis dedos rotos y mis deseos de combinar palabras y melodías iban a llegar a estar entre las más constantes y exigentes aventuras de mi vida y, mucho más, que una gran casa del conocimiento como la Universidad Veracruzana lo iba a tomar en cuenta.”
Felicitó a quien llamó su querido hermano, Eusebio Leal (quien por cuestiones de salud no pudo asistir personalmente a la ceremonia) y para finalizar su discurso, expresó: “¡Viva México, viva Cuba!”.
En tanto, el poeta, ensayista y profesor distinguido en Cuba, Guillermo Rodríguez Rivera, fue el encargado de trazar la semblanza del cantautor cubano, con quien lo hermana una amistad fincada en su mutua adolescencia. Puntualizó que este reconocimiento es para un trovador de un país de trovadores, un poeta de una nación de poetas y un luchador de una nación de incansables luchadores: “Están reconociendo una de las obras que tiene la misma garantía universal que George Gershwin, Chabuca Granda, José Alfredo Jiménez, Antonio Carlos Jobim, Bob Dylan, Chico Buarque y Agustín Lara”.
Texto del discurso de Silvio Rodríguez
Sr. Rector Raúl Arias Lovillo;
autoridades de la Universidad de Veracruz;
compañeros cubanos;
amigas y amigos todos:
Perdonen estas palabras improvisadas, porque lo que realmente quiero decir, mi gratitud, lo voy a expresar mañana, en el concierto.
Es curioso pero, para ser franco, yo empecé a cantar por aburrimiento. Sentirme aburrido fue lo que me hizo descubrir que tenía la necesidad de expresarme. Por entonces me encontraba pasando mi Servicio Militar, en una unidad cercana al pueblecito de Managua, en la antigua provincia de La Habana. Por mi condición de soldado tenía un programa diario que cumplir, muy diferente a la actividad secreta que me esperaba al final de cada dura jornada. Porque todas las noches, cuando mi barraca se entregaba al sueño, yo me escurría por una ventana hasta una arboleda que quedaba a quilómetros de distancia. Tenía que retirarme lejos, porque en la noche campestre los sonidos caminan, mucho más los que salen de una guitarra.
En aquel bosquecito de mangos aromáticos, había un árbol nudoso que me servía de asiento. Desde allí trataba de poner mis dedos sobre aquellas cuerdas huidizas, que apenas sonaban. Sesenta pesos me había costado mi primer instrumento, lo que al cambio de hoy no serían ni tres. Sin embargo, unos meses más tarde, un pequeño grupo de soldaditos nocturnos, como yo, buscábamos rincones para susurrar canciones de moda y, a veces, alguna de las mías.
Al principio yo no me atreví a mencionar el origen de mis temas. Me limitaba a infiltrarlos entre las canciones conocidas por la radio y, si algún compañero me preguntaba, decía que eran del mismo que me había enseñado a tocar la guitarra.
Eran gotas personales que dejaba caer en mi repertorio, siempre con mucho nerviosismo. Lo hacía con remordimientos, por aprovecharme de la necesidad de música de mis confiados amigos. Pero más que eso, sentía temor de que mis hijas con la oscuridad fueran rechazadas. Tanto fue así, que un día decidí no continuar cantándolas.
Pero sucedió que aquella extraña noche en que no canté mis canciones, fue la primera vez que un mínimo grupo de personas me preguntó por ellas.
Desde aquellas veladas hasta la de hoy no ha pasado mucho tiempo, pero han ocurrido muchas cosas --vidas enteras, inclusive--. Algunos de mis primeros títulos fueron conocidos gracias a la generosidad de un gran Maestro musical, como Mario Romeu. Y siempre que evoco mis inicios me resulta imprescindible mencionar a Juan Vilar, Haydee y Aida Santamaría, Santiago Álvarez, Alfredo Guevara, Federico Smith, Juan Elósegui, Leo Brouwer. Amigos y maestros que me ayudaron a ver, a escuchar y a crecer.
¿Quién me iba a decir a mí, debajo de aquellos mangos, que mis dedos rotos y mis deseos de combinar palabras y melodías iban a llegar a estar entre las más constantes y exigentes aventuras de mi vida? Y mucho más: que una gran casa del conocimiento, como la Universidad Veracruzana, lo iba a tomar en cuenta.
No sé si decir milagro, o decir maravilla. Pero algo de eso hay sin duda en este acto, en esta noche.
Felicidades, Eusebio, hermano mío.
Viva México.
Viva Cuba.
Silvio Rodríguez
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