La virtud de reinventarse
Albert Pla y Pascal Comelade en lo más alto
Albert Pla y Pascal Comelade acaban de estrenar espectáculo, Somiatruites y lo han hecho en el Temporada Alta de Girona y en el Teatre Lliure de Barcelona.
Albert Pla y Pascal Comelade acaban de estrenar espectáculo, Somiatruites y lo han hecho en el Temporada Alta de Girona y en el Teatre Lliure de Barcelona.
Profundamente tierno, extremadamente sensible, sutilmente poético, desbordantemente creativo. Espléndido. Extraordinario.
Hasta aquí podría llegar esta crítica. Cualquier otra cosa que diga será una pérdida de tiempo para el lector, pero, como aquí pagan por espacios y hay que llegar a fin de mes; déjenme que les cuente algo más.
Hay que ser un genio —tantas veces lo hemos dicho— para crear un espectáculo de esta sensibilidad, conjugando aliños aparentemente tóxicos como el feísmo, el barbarismo y ciertas notas de grosería con temáticas que van del hiperrealismo al surrealismo sin que se note la transición.
Albert Pla es un mago, sin aparentemente pretenderlo. Tiene dominio del espacio y del tempo. Te lleva, te conduce y te sacude. Bajo un aparente caos y un paso-de-todo se esconde el orden más estricto, el gesto ensayado, el giro preciso.
Somiatruites —palabra catalana cuya traducción literal sería "sueñatortillas" pero que en realidad se utiliza para denominar a aquellas personas que se ilusionan con cosas imposibles— es el nombre del último espectáculo de Albert Pla y del francés —de la zona catalofrancesa en realidad— Pascal Comelade.
Pla y Comelade sitúan el espectáculo en ese momento del día, entre la vigilia y el sueño, donde se confunde la realidad. Envuelta en un aire onírico y atemporal, una orquesta casi cirquense compuesta por ellos dos más Jordi Busquets, David Sáenz de Buruaga e Ivan Telefúnkez, acompañados por tres marionetas de tamaño natural, Dj Crepúsculo y Las Siamesas Superglue; reinterpretan algunas obras maestras del cancionero de Pla e inventan otras nuevas con música de Comelade.
Ya lo he dicho antes: nada está improvisado. Empecemos por la escenografía. Elegante, sobria, sugerente. Un excepcional juego de luces que te transporta desde la primera canción —El quarto dels trastos, ejemplo de cómo el feísmo puede transformarse en pura ternura— a este universo onírico, que te deja un tanto indefenso, hipnotizado y en manos de lo que Pla quiera hacer contigo.
Sigamos por el repertorio. Decía antes también a su tempo. Pla hace con nosotros lo que quiere. Nos pone la piel de gallina, nos hace reír, nos hace pensar, nos escandaliza y nos hace poner esa cara de idiotas de cuando uno se enamora por primera vez. A su tiempo y cuando él quiere. Los materiales: cómo no, las canciones. Desde clásicos de su repertorio como la ya citada El quarto dels trastos, Somiatruites —que da nombre al espectáculo—, La nana de l'Antonio, Pipí o la estremecedora Quando corpus morietur; hasta una versión extraordinaria de Perquè vull de Ovidi Montllor; pasando por las nuevas canciones con letra de Pla y música de Comelade.
Hablando de Comelade, pudiera parecer que esté de convidado de piedra y, si bien es cierto que el peso del espectáculo lo lleva Pla, el trabajo del francocatalán se nota, dándole a todo un plus de ternura, de sensibilidad, limando las posibles aristas y asperezas que la vehemencia y el pasotismo de Albert pudiera dejar en el escenario.
La sensación final es que Pla lo ha vuelto a conseguir. Ha vuelto a sorprender incluso a sus más fieles seguidores. Se ha vuelto a reinventar una vez más, con un espectáculo nuevo, diferente, nada previsible y, por encima de todo, personal e intransferible, sin imitar e inimitable.
Decía no hace demasiado Albert Pla que lo que no le gustaba de él era que no sabía imitar las virtudes de los demás. Pues mira por donde, que para mí eso es su gran virtud.
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