Dos mitos se entrecruzan

Nacha Guevara estrena un espectáculo sobre Tita Merello

REDACCIÓN el 23/04/2011 

El espectáculo Tita, subtitulado Una vida en tiempo de tango, tiene a una Nacha Guevara en la cúspide de su expresividad, en la que la actriz y cantante funde su mito con el de la figura evocada, tal como se vio en el teatro Metropolitan de Buenos Aires.

Nacha Guevara en «Tita. Una vida en tiempo de tango»

Télam/Héctor Puyo - Figura esencial del cine y el teatro argentinos, Tita Merello (1904-2002) fue mucho más que una artista; su figura traspasaba el escenario o la gran pantalla y llegó a transformarse en el referente de una forma de ser que eludía la separación entre personaje y realidad.

Para sus contemporáneos formaba parte de lo eterno, de aquello que una vez instalado en la conciencia popular no cambia ni desaparece, tal vez porque a través de su historia personal podía rastrearse aspectos de la vida social e histórica nacional del siglo XX.

De origen muy humilde, aprendió a leer y escribir a los 20 años gracias a los oficios de un generoso maestro, luego de haber pasado por los más costosos y sufridos menesteres, hasta que su carácter y su forma de encarar el tango descubrieron de pronto en ella a la artista.

Discutidora, soez, podía enfrentar a cualquiera con su esgrima verbal canyengue, aunque se suponía que detrás de eso guardaba una femineidad dolida a causa de una soledad que incluía cierta promiscuidad sexual y el deseo de un amor verdadero.

Esa es la figura popular que Nacha Guevara incorporó a su galería luego de su mimética caracterización de Eva Perón hace tres años, siempre con el respaldo musical de Alberto Favero y con Alberto Negrín como coautor y creador de una de esas escenografías que parecen milagrosas.

Merello es uno de los personajes con los que una intérprete como Guevara puede soñar, no sólo por la fascinación de la criatura sino por la cantidad de similitudes entre ambas: Guevara también es la difícil, la diva, la distante, la que a favor o en contra no deja indiferente a nadie.

A pocos meses de Dijeron de mí, el espectáculo en que Virginia Innocenti interpretaba a Merello apenas acompañada por un pianista, con un enfoque que apostaba a la discreción, donde a Luis Sandrini apenas se lo refería como “él” y donde se limaban decorosamente algunos detalles, Guevara encara la Merello contraria.

Grita a viva voz sus convicciones sobre la vida, putea, nombra a Alicia Barrié como una de las tantas amantes del actor –entonces su pareja- y termina presentándola como esa anciana difícil de soportar en que, dicen, se transformó en sus últimos años.

Lo de Guevara es a lo grande: gran escenario, gran escenografía dispuesta de un modo no convencional, elenco multitudinario a cargo de varios personajes cada uno, brillante septeto musical a cargo de Favero, certera iluminación de la propia artista, sonido de Gastón Briski, proyecciones; todo calculado como para transformar la obra en el acontecimiento del año.

Donde hay algunos ripios es en el libro, que si bien aporta elementos que fueron del sainete popular, abusa del lenguaje vulgar en casi todos los personajes y, al ser un relato contado cronológicamente, a veces comete algún tropiezo.

Si Guevara hubiese tomado como ejemplo el trabajo de Pam Gems en Piaf, que hacía envejecer milimétricamente a la protagonista, su Merello no habría decaído de golpe, como si el solo ostracismo de la estrella posterior a 1955 hubiese podido doblegarla.

El final de la Merello real no fue un regreso al conventillo –es un recurso dramático, es cierto-, sino que antes de su deterioro físico volvió a actuar en TV, donde a fines de los 60 aún podía lucir sus formidables piernas, para posteriormente transformarse en consejera de las jovencitas.

El libro nada dice de la incorporación al cine de Sandrini por influencia de su compañera en 1933, cuando filmaron Tango!, la primera sonora argentina, y sólo rescata a la pareja a la altura de Don Juan Tenorio, rodada en 1948.

Hay también alguna desprolijidad, como cuando Tita es prohibida por los golpistas del 55 –en ningún momento el peronismo es mencionado por su nombre- e integra una lista negra de artistas, donde aparece Enrique Santos Discépolo, fallecido un lustro antes.

El estreno de Tita no parece casual; con su espectacularidad y su lujo viene a sumarse a El conventillo de la Paloma y El patio de la Morocha, dos espectáculos que, cada cual a su manera, rescatan lo popular argentino como una forma de festejar los tiempos.

Además de la formidable personificación de Guevara, cuyo parecido físico con Merello es por momentos sorprendente, hay en el elenco intervenciones valiosas como las de Diego Gauna, Marcos Woinski, Andrés Zurita y sobre todo Ariel Leyra como un convincente Hugo del Carril.


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