A propósito de «Marina Rossell canta Moustaki»
«Moustaki, mon amour»
Conocí a Moustaki allá por el año 1978, en Jura (Suiza). Lo saludé y apenas cruzamos algunas palabras; aquella noche ambos actuábamos, junto a otros cantantes, en un estadio enorme con viento y con frío...
Conocí a Moustaki allá por el año 1978, en Jura (Suiza). Lo saludé y apenas cruzamos algunas palabras; aquella noche ambos actuábamos, junto a otros cantantes, en un estadio enorme con viento y con frío...
Dibujo de Georges Moustaki para el disco «Marina Rossell canta Moustaki».
Algunos años antes, Josep Tero me había descubierto sus canciones y me impresionó verle allí. Me pareció guapo, atractivo —con aquel aura multiculty—. Nacido en Alejandría y asentado en Francia, Moustaki provenía de una familia con raíces griegas y tenía el italiano como lengua materna.
No nos volvimos a encontrar hasta el año 1984. En esta ocasión cantábamos en Marruecos, concretamente en Asilah, donde convivimos durante varios días; me pidió que le llamase Jo, ya que su nombre es Joseph y es así como le llaman sus amigos. El apelativo de Georges se debe a su admiración por Brassens.
Aquellas jornadas en Asilah propiciaron nuevos encuentros: compartiendo escenarios, viajando juntos... Yo siempre le llevo aceite de oliva: él es un buen catador.
Le gustaba mucho una de mis canciones, Màrmara (1996) y, quizá porque ama tanto a Estambul, me dijo que algún día la adaptaría al francés. Y así fue: insospechadamente se presentó con la canción, que ha permanecido inédita hasta hoy. Yo, en aquel momento, estaba inmersa en la revisión de los Clàssics Catalans, que acababa de grabar, para su presentación en el Liceo de Barcelona y no acerté a ubicar aquel regalo que ahora y aquí, definitivamente, ve la luz: Màrmara, cantada en francés por Moustaki y con el acompañamiento de mi voz.
En su casa, en la Île Saint-Louis de París, guarda todavía la guitarra que le regaló Edith Piaf. Cuando me la mostró, me la dejó para que la tocara... Yo no me atrevía; era una guitarra como otra cualquiera, pero para mí era diferente y apenas osaba rozarla con los dedos. ¡Cómo reía Moustaki...! Me atrevería a decir que Moustaki siempre ha querido a Piaf. El primer regalo que me hizo fue un doble álbum de la cantante, que aún conservo.
Ir en moto con Moustaki bajo los puentes de París impresiona. Y él lo sabe. Recorriendo aquellos lugares maravillosos, y a tanta velocidad, casi te falta el aire y te aprietas muy fuerte a él, sabiendo que esos momentos quedarán para siempre en tu corazón.
Otoño de 2011
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