52 Festival de Folclore de Cosquín 2012

Cosquín y el síndrome de Estocolmo

MEDIOS el 23/01/2012 

Año tras año, decenas de artistas se quejan del trato que reciben y del horario en que son programados. Pero siempre regresan.

El riojano Sergio Galleguillo se quejó del horario de salida al escenario.

Pablo Donadio/Pagína|12 - Ya lo decía el filósofo marxista Antonio Gramsci cuando hablaba de cómo una sociedad aparentemente libre y culturalmente diversa es en realidad dominada por una de sus clases. Allí, valores y creencias histórico-culturales imponen normas que llegan a ser vistas como estándares de validez para todos, cuando en realidad benefician a un sector: el que manda. Nadie dice que sea fácil armar un festival como el de Cosquín, y el conflicto estará presente siempre. Así sucede en todos los ámbitos cuando hay intereses en común, y también (o sobre todo) cuando habitan intereses individuales. Y está claro que esa hegemonía que ostentan algunos organizadores no podría ser tal sin la anuencia de los protagonistas, los artistas: la mayoría se queja y, año a año, religiosamente, regresa al pago.

Quienes recorren el país cubriendo espectáculos han visto las discusiones y peleas detrás del escenario, en medio de la tensión explícita que lleva armar la puesta en escena, conjugada además con la televisación. También están los manejos de algunos managers, por ejemplo para conseguir mejores horarios para sus artistas (más temprano, más tarde, según el humor del día o los shows posteriores que les hayan salido), aunque la grilla esté armada de antemano. Ese no respeto mutuo perjudica siempre a ambas partes, y atenta contra los propios artistas y su poder de convocatoria, aunque el mercado no lo vea.

No pasó ni un día. El mismo viernes de la inauguración, Mario Álvarez Quiroga se sintió molesto por el trato recibido, y así lo hizo saber su hijo Alejo, baterista y productor: “Así es Cosquín. Agradezco a la gente, que hizo el aguante bajo la lluvia hasta las 5, cuando estábamos anunciados las 2, y demostró que el amor por la música puede más. Cosquín y su organización deberían replantearse varias cosas. Si no lo hacen ellos seremos nosotros los que nos replantearemos la vuelta al escenario Atahualpa Yupanqui”. El año pasado el recordado Argentino Luna se quejó duramente del poco tiempo otorgado, y Raly Barrionuevo, una de las figuras más esperadas, anticipó la cantidad de temas que haría ante silbidos del público, y posteriormente los contó uno por uno. “Soy un hombre mayor y quiero cantar temprano, no en pijama”, declaró César Isella al haber sido programado para las 4.20 de la mañana. Caso similar fue el de Los Manseros Santiagueños, a quienes se les otorgó 12 minutos. “Vamos a cumplir 50 años y nos hacen esto”, expresaron. El horario de salida de los más “convocantes” sigue siendo otro problema, tanto para el público como para los propios artistas, como lo expresó el chayero Sergio Galleguillo. En 2011 Los Olimareños cantaron a las 5.30 y León Gieco y el Chaqueño Palavecino aún más de madrugada. “Mirá, una hora tiene 60 minutos, y no se puede inventar mucho más con veintipico de artistas por luna. Armar algo tan grande es complejo y siempre hay quejas. Antes, todos querían cerrar el show. Ahora quieren estar a las 10.30 para salir en la tele, cuando en junio te dicen que está todo bien a cualquier hora. Cosquín vela por tres cosas: tener artistas de convocatoria, incluir a los tradicionales, y dejar espacio para las nuevas propuestas”, aseguró Fredy Martino, voz decisiva en la Comisión Organizadora. “Las cosas están armadas brutalmente para el artista, y no es una cuestión de guita en mi caso, por más que tengo las necesidades de cualquiera —señaló Horacio Banegas, que no estará presente en esta edición del festival—. Tiene que ver con la dignidad, con que no me pongan a las seis de la mañana, porque mi música es para gente que está despierta, que pueda escucharla y bailarla sin que tenga que prostituir el repertorio para seguir la fiesta. Yo no toco para comprarme la 4x4. Para mí cantar es una necesidad ideológica, y quiero que cuando me muera me recuerden por lo que he sido, no por cuántas casas me he comprado. Yo tengo claro eso, pero parece que para algunos Cosquín es genial cuando te contrata, y lo peor cuando no. Eso es una incoherencia. Este escenario es importante, pero también el resto de los que hay en el país”.

De ser fiestas creadas para y por el pueblo, muchos festivales pasaron a ser megaemprendimientos comerciales, que redefinen la cuestión de a quién representa esta música, y lleva a plantear una mirada crítica sobre el éxito, sobre qué es valioso y qué no. ¿Qué pasará este año en Cosquín? ¿Los músicos, compositores, intérpretes, bailarines y demás engranajes del ambiente están dispuestos a decir: “Así no”? ¿Hay manera de hacer un festival con más de 250 artistas de otro modo?

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