Novedad discográfica
Amelita Baltar y «El nuevo rumbo» que la aleja del tango
La cantante argentina Amelita Baltar expuso un gesto de audacia: con un nombre ya ganado, a los 72 años, presentó anoche en La Trastienda El nuevo Rumbo, el álbum con el que apostó a una sonoridad moderna, cargada de guiños al rock y el jazz, y a distancia de la estética tanguera tradicional.
La cantante argentina Amelita Baltar expuso un gesto de audacia: con un nombre ya ganado, a los 72 años, presentó anoche en La Trastienda El nuevo Rumbo, el álbum con el que apostó a una sonoridad moderna, cargada de guiños al rock y el jazz, y a distancia de la estética tanguera tradicional.
Portada del disco «El nuevo rumbo» de Amelita Baltar.
Télam - La cantante argentina Amelita Baltar expuso un gesto de audacia: con un nombre ya ganado, a los 72 años, presentó anoche en La Trastienda El nuevo rumbo, el álbum con el que apostó a una sonoridad moderna, cargada de guiños al rock y el jazz, y a distancia de la estética tanguera tradicional.
Esa dirección, apuntalada por Sebastián Barbui —su juvenil aliado musical— la encontró rodeándose de instrumentistas formados en lenguajes bien diferentes al tango que la consagró.
Consumó esa apuesta discográfica junto con Fito Páez, Pedro Aznar, Luis Alberto Spinetta, Fernando Ruiz Díaz, Luis Salinas, Leopoldo Federico, Hernán Jacinto, Raúl Carnota, Flaco Bustos, Pablo Mainetti, entre tantos músicos, algunos presentes en La Trastienda.
Acaso como un gesto más de distanciamiento al tango, Baltar eligió para la presentación el escenario de La Trastienda, que se nutre de otras vertientes musicales.
Ese paso resultó desacertado. Ni la acústica del lugar ni el murmullo de su circuito gastronómico contribuyeron al clima que, sin embargo, Baltar igual impuso a puro oficio, pero que bien pudo ser apuntalado por un espacio más natural.
No hubo —la sala no tiene— un piano acústico, indispensable para, si se lo quiere indicar con ejemplos, acompañar la musicalidad de Gricel —donde el piano manda y los demás instrumentos juegan un rol incidental— o para sostener —en versión a cuatro manos de Aldo Saralegui y Martín Robbio— los recitados inmortales de Balada para un loco.
Baltar hizo lo suyo, que bien conoce. Hubo lugar, claro, para el repertorio piazzolleano con Preludio para el año 3001 y Los pájaros perdidos, entre más, y los estandartes de esta etapa de Baltar: El nuevo rumbo y Sería fácil decir, de autoría conjunta entre la cantante y Barbui.
En el segmento de los invitados, la potencia la aportó Fernando Ruiz Díaz (Catupecu Machu) para sumar su voz a la Milonga de la anunciación, pieza de María de Buenos Aires, controvertida obra que Ástor Piazzolla escribió en 1968 y la llamó operita y que, en rigor, asume la estructura de un oratorio.
Quizá el momento más intenso llegó de la mano de Raúl Carnota, que, guitarra en mano, acompañó a Baltar en ese hermoso valsecito peruano llamado La rosa perenne y que persigue los ecos de la enorme Chabuca Granda.
El final, con poderío rockero, se cristalizó con la esperada Balada para un loco y la consecuente aclamación.
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