Encuentro con Santiago Feliú: «...Alma, roca de acero y cristal»
Santiago Feliú en el BarnaSants
© José Luis Martínez
Escuché a Santiago Feliú en el Festival BarnaSants. Lo primero que anoto en estas líneas es lo siguiente: la canción que más me desarmó fue la que no tenía letra porque se convirtió en todo un relato de y sobre los sonidos antes de ser palabras, un estado previo a lo verbal, una emoción articulada por expresiones que podían hablar de lo que uno(a) quisiera; a la vez, una gramática del silencio. Esa noche, es decir ayer, en primera fila y al frente, todo era visceral, mágico, iluminador. Una especie de rapto. Recuerdo los juegos con la guitarra suspendida al final de las canciones, cortando abruptamente la música, como un hachazo. Y al terminar, se hacía un fundido en negro, desaparecía él lentamente ante nosotros para luego volver a aparecer allí, con el pelo tapándole la cara. Cuando sacó la armónica, pude recordar vagamente cuando escuchaba esa canción en mi cuarto de Maracaibo, por allá, del otro lado del mar y del calor, o cuando una noche, con un amigo, la escuchábamos con unos audífonos, uno para mi oído izquierdo, otro para su derecho, mientras él manejaba. Su poética me cautivaba ahora en tiempo presente, real, desvanecido al instante.
Vuelvo a este texto después de haber almorzado y lavado los platos, interrupciones de la vida. Continúo. Al rato de haber terminado el concierto, nos acercamos a saludarlo. Luego, en una servilleta Feliú nos pasó la dirección de una reunión que iba a ser más tarde y que el mencionó como descarga. A la final fui yo sola, después de haberlo pensado un par de veces, (aunque desde un principio quizá sabía que iría porque, entre otras cosas, también soy caribe). Un poco de lo que me hablabas mientras caminábamos, Xavier, que todos cuando se termina el concierto se van a casa o no hablan más de música; todos, menos los cubanos. Entonces algo de eso, quería sólo apuntar, algo de eso, decía, tengo y me arrastró hasta allá. Se trata de extender los límites, dilatarlos, observar y escuchar, contarlo luego como ahora lo hago, algo de más o de menos que decir. Seguramente, tendrá que ver esto: soy joven, vivo en otra ciudad, estaba emocionada por el concierto y la memoria de La Habana aparecía de repente.
Salí del metro, en el que se trasladaban grupos de gente borracha y disfrazada por el carnaval. Salí de la estación Liceu y en pocos minutos encontré el edificio. Miré hacia arriba a ver si veía alguna luz encendida, siluetas pasando y nada. Decidí anunciarme por el intercomunicador, que era Bárbara, la chica del concierto, que si allí era la descarga cubana. A pesar que la puerta de entrada estaba abierta, y pude haber subido directamente, quise asegurarme antes para no llegar tan de sorpresa. Que subiese, me dijeron. Tropecé, torpe, con un escalón, estaba oscuro y logré encender la luz hasta subir al cuarto piso, (en realidad son cinco, si contamos el principal). Mientras subía pensaba si debía o no seguir, pero ya estaba ahí y me la iba a pasar bien. Es aquí la descarga cubana, pregunté. Alguien, amable, dijo que quién me había invitado y no sé por qué tardé en contestar, reticente. -Yo, dijo Santiago con su dedo índice en alto. Se puso de pie y me dijo -Viniste, -Sí, a la final, respondí. Entonces todo bien, me invitaron a pasar, me dieron agua, me senté. Antes de todo eso, una señora cubana muy cómica, quien se encargó de hacer chistes durante toda la madrugada, con lentes y gorra blanca, vestida de negro, había dicho con mi reciente llegada -Ella vino a lo que vino. Desde ahí me cayó bien la señora.
Éramos como quince personas, alrededor de una mesa, música, licor y algo para fumar. Continuaron tocando, Santiago se sentó a mi lado y tocó su pieza Para Bárbara, creo que se llama. Y así, otros temas suyos, entre ellos uno inédito, otro de Lilia Vera, advirtiendo antes que era de mi tierra, además de Silvio, Serrat, boleros y tangos que, de pronto, algunos modulaban al pegajoso son cubano. Feliú tocó a ritmo de jazz una versión de …en el tronco un árbol una niña, con su voz deslizándose en la hondura del aire, raspándolo, sencillamente alucinante. Universo sonoro que se tejía en la fuerza de sus veloces dedos. Todo lo que habías dicho, Xavier, estaba ocurriendo. Los otros, con guitarra, eran el muchacho que vivía en la casa, Carlos, quien tocó excelentemente, entre esas, recuerdo unas sevillanas cantadas en tono flamenco, y el músico que me presentaste esa noche, el García de ojos silenciosos. Había una chica que cantaba gravemente sensual, casi hablando estaba. La noche oscilaba entre el humo, la música, la risa: calidez rumbo a la mañana. Me dije que éstas, entre otras, eran las cosas buenas de estar en Barcelona. No hablé casi nada, reía, sí, mientras me contagiaba ahí sentada nomás, tomando uno que otro sorbo de las dos cervezas que me tomé. En una de esas, conversé con Feliú en la terraza, que me había llamado y coincidía con mi ida al baño.
—Háblame de ti
—Me llamo Bárbara, soy de Venezuela, de Maracaibo
—Y cuánto tiempo tienes acá
—Apenas casi cinco meses
—Ah, reciente
—Sí. Y vas a tocar el 3 de marzo, pregunto
—Sí, en Bel…, de Llobregat... no sé bien, ¿tú sabes?
—Tampoco, pero unos amigos saben, creo que es al final de una de las líneas del metro
—Antes voy a Suiza
—Ah, qué bueno, ¿vas a tocar?
—Sí, llego el 26
—Bien
—Y qué haces aquí
—Estudio un master
—En qué
—Antropología Visual
—Interesante
—Ajá… bueno, voy al baño
Supongo que huí de la fugaz conversación, que fue más o menos eso. Luego entré, seguí escuchando y mirando a Santiago Feliú a través del humo, como todos allí, en la modorra plena de los residuos de la reunión que pausadamente se aletargaba. Ahora estaba de frente, como en el concierto, sí, de frente pero ilimitada y perturbadoramente cotidiano. A las 6:30am decidí irme, sólo por el humo, porque no tenía sueño ni ganas de partir. Voy echando, dije, que quiere decir me voy en cubano. Nos dimos un abrazo, quedamos que hasta el 3 de marzo. Un beso nos dimos quienes habíamos llegado a la orilla, luego del naufragio, de esa casi mañana que se resistía a morir. Pienso en este instante que podría regalarle a Feliú algunas fotos de las que le tomé durante el concierto. Di las gracias por todo, despidiéndome nuevamente desde la puerta. Bajé las escaleras y me fui en taxi a casa. Casi al mediodía, desperté con una canción de guitarras que salía de la radio encendida de mi tía. Por un segundo no sabía si soñaba aún.
A Hannes Salo y Xavier Pintanel
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