Novedad discográfica
Juana Molina: «Que me pongan en cualquier categoría, menos música conceptual»
La cantautora argentina Juana Molina ha logrado en sus 25 años de carrera driblar las calificaciones genéricas que han intentado incrustarla en los apartados de folk, pop experimental, electrónica u otras (reduccionistas) categorías, una gincana antietiquetas que sortea en Halo, su último trabajo.
La cantautora argentina Juana Molina ha logrado en sus 25 años de carrera driblar las calificaciones genéricas que han intentado incrustarla en los apartados de folk, pop experimental, electrónica u otras (reduccionistas) categorías, una gincana antietiquetas que sortea en Halo, su último trabajo.
Portada del disco «Halo» de Juana Molina.
EFE – Juana Molina (Buenos Aires, 1962) —que actúa el 10 de julio en la sala Apolo de Barcelona y que lleva casi un año girando con este álbum— es una artista que ha aprendido a deconstruirse, a mantener a raya los formalismos sobre lo que puede y no puede ser una canción, aunque tuvo que aprender a perder el miedo a que sus temas no fueran "adecuados", lo que la llevaba a maquillarlos para hacer que sonaran más "profesionales", explica a Efe.
La música de Molina, que pivota sobre su susurrante vocecilla, se basa, recalca, en "lo mántrico", estructuras de ¿pop? onírico que bordean la abstracción, la repetición y lo inesperado, y que parecen querer hipnotizar a quien las escucha.
"Es un drone sobre el cual se van construyendo cosas. Es algo que he hecho desde que era muy chica. Con Rara (su primer álbum, de 1996, producido por el oscarizado Gustavo Santaolalla) mis canciones ya eran así, pero me daba tanta vergüenza, que pensaba que estaban mal, porque era insegura. A todas les insertaba partes "b" o "c", porque creía que esa era la estructura que tenía que tener una canción", recuerda sobre aquellos temores juveniles.
No reniega del primigenio Rara —"está muy bien, Santaolalla puso toda su sabiduría en hacer las cosas como las hubiera hecho él"— pero lo ve, desde la distancia, como un trabajo "algo forzado".
Sin embargo, en Segundo (2000) el primero que Molina hizo sola, ya estaba toda la esencia de la cantante: "Lo que me sale cuando no pienso mucho, más tímida; ¿peor grabado?, qué importa; ¿con más inseguridades?, qué se yo; pero con una libertad que es lo más importante que tiene".
Aquella quincena de composiciones, —como la extraña Medlong o la Dylaniana El pastor mentiroso— sonaban "bajito, como un suspiro", sobre todo si se escuchaban en alguna radio comercial donde las canciones aporrean el oído de los oyentes.
Con este relato sonoro atípico, Molina llegó al segundo milenio, liberada, como cuando de chica hacia los recados a su abuela y, si estaba sola en el ascensor, cantaba durante todo el trayecto. "Esos nueve pisos eran para mí un viaje que me transportaba a otro mundo. Cerraba la puerta, apretaba el botón y cantaba sobre la nota de ruido del ascensor, un viaje musical de nueve pisos".
La artista argentina, que en los noventa tuvo una exitosa pero no muy larga carrera como actriz en la televisión de su país (Juana y sus hermanas), estuvo en 2017 en el festival Sónar de Barcelona para adelantar algo de Halo, composiciones de calibre más sintético y digital, donde los tarareos entrelazados y las letras oscuras y extrañas siguen siendo el ADN principal.
Molina, que compone a solas sus discos, aunque en Halo ha tenido aportaciones ajenas en el remate de algunos temas, cuenta en el escenario con el apoyo de dos instrumentistas más (Odín Schwartz y Pablo González) porque llevar su música al directo resulta complicado, y ha decidido repartir responsabilidades que le agobiaban.
La cantante está contenta de la acogida a su séptimo disco, tanto por parte de la crítica —The Guardian y Stereogum lo destacaron como uno de los mejores del año— como del público.
"Me gusta mucho mi público, me da mucha alegría, es joven, no solo de edad, sino de espíritu. Desde que cambié de tocar para público sentado a parado (de pie) ha cambiado mucho la energía en los espectáculos. Hace mucho que quería eso, es algo bueno porque es un proceso de ida y vuelta, contagioso", afirma feliz de evitar la solemnidad.
Lo que no lleva nada bien son las etiquetas y clasificaciones. "Cuando me nominaron en los premios Gardel al mejor álbum conceptual pensé que era una broma. Que me metan en cualquier categoría, pero, por favor, que no me pongan en el de música conceptual", se queja la cantante, a la que le "da bronca" también la división por sexos en los galardones: "¡Qué triste!".
Molina, que vivió dos años en Estados Unidos —"hasta que nos echaron"— está acostumbrada a que en el mundo anglosajón sus discos aparezcan en el apartado latino junto a los de Shakira y Ricky Martin
"Es muy jodido lo del idioma, están muy malcriados los anglosajones. Cualquier canción que esté bien escrita suena bien, en cualquier idioma, porque para lo importante de las letras es que no sean intrusas", afirma para rebatir prejuicios.
Lo inmediato en su agenda es una colaboración electrónica con el músico chileno-alemán Matías Aguayo, "para grabar y ver qué sale". Después, en el verano (austral) se pondrá a pensar en el siguiente disco. "Me cuesta mucho arrancar, me distraigo con mucha facilidad, me gustaría que fuera algo más simple, pero lo dudo, porque luego siempre me complico", advierte.
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