Orfidal
cosa mental,
y el primer beso fue contra la tapia
del hospital.
“Prueba mis labios, que sé que te gusto,
soy Beatriz,
y no estoy loca, tan sólo lo justo
en una actriz”.
Sí que lo estaba, como siete cabras,
pero es que, hoy,
para peligro de juntapalabras,
y yo lo soy,
ya no las atan y tienden sus labios,
libran se amor,
contra sus cuerdas y contra los sabios
de alrededor.
“Tengo una novia que estaba de antes”,
le dijo yo,
“A otras con eso quizá las espantes
pero a mí no”,
“Hay otra más que no debo ocultarte,
en fin, ya ves”,
“Enhorabuena, hijo mío, qué arte,
ya tienes tres”.
Era fantástico aquel primer acto
de la función,
sobre el papel yo tenía aún intacto
mi corazón.
¡Qué bien latía por mi nueva amiga,
nunca creí
que aunque llevase navaja en la liga
fuese por mí.
Pero a mediados del acto segundo
la vi brillar,
y a ella mirando con odio profundo
mi costillar.
“Voy a cortarte ese nudo gordiano,
¡tonto de ti!”,
“Nada de eso”, besando su mano
le respondí.
“Antes de hacer cualquier escabechina
emocional,
tómate alguna bezodiacepina,
un Orfidal,
y vámonos de mañana a Mojácar
a ver el mar”.
Y aquel acero, en su puño de nácar,
logré guardar.
Quise una atmósfera más bien moruna,
–yo, gran visir–,
para que sólo saliera la luna
a relucir
entre sus dedos de amante acuciante,
pero, qué va,
no remitió su manía cortante,
no quiso Alá.
Desembocamos al acto tercero
con tal pasión
que hubo catarsis y yo casi muero
de un refilón
que, por milagros de la psiquiatría
no sabe obrar,
la puso bien, y lo está todavía,
fundó un hogar.
Ahora, qué lejos, adiós a su abismo,
cayó el telón,
pero yo sé que no fue un espejismo,
una ficción.
Sé que gocé como ya no se lleva
con Beatriz,
y si queréis os enseño la prueba,
la cicatriz.
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