Lo que le falta a esta canción
Alguien me dijo que eras una luz
casi imposible de alcanzar,
que moriría al intentar
y encontraría, por buscar,
solo los clavos de mi cruz.
Pero los sordos nunca escucharán
cuando reniega desde el sur
y embiste el viento y su laúd
lame los pies del roquedal
y llora el alma de la Luna.
Bueno, quizá no le faltó razón,
pero no soy de los que van
por esta vida sin probar
y descubrir, dura verdad,
lo que le falta a esta canción.
Creo que fue en la barra del Colón
que me animé a decir: “qué tal,
soy el que enciende la ciudad,
un servidor, un corazón
que espantará todas tus brumas”.
Luego tu mano deslizó un papel,
y en el ingrato mostrador
te confesé mi decepción,
mi soledad, esto que soy,
lo que le falta a esta canción.
Mira, yo ya pagué mi estupidez,
cuando llamé, me sorprendió
que le pusieras precio, amor,
al sueño, al ansia, a la ilusión
de comprender todo tu ayer.
Siento que nunca tuve que aceptar
pero no pude resistir
y me entregué para vivir
con la tristeza del que ya sabe
que no tendrá la Luna.
Llueve sobre esta estúpida ciudad
que no parece presentir
que ya no existe el porvenir,
y en esta mesa y este bar
sigo buscando sin cesar
lo que le falta a esta canción.
casi imposible de alcanzar,
que moriría al intentar
y encontraría, por buscar,
solo los clavos de mi cruz.
Pero los sordos nunca escucharán
cuando reniega desde el sur
y embiste el viento y su laúd
lame los pies del roquedal
y llora el alma de la Luna.
Bueno, quizá no le faltó razón,
pero no soy de los que van
por esta vida sin probar
y descubrir, dura verdad,
lo que le falta a esta canción.
Creo que fue en la barra del Colón
que me animé a decir: “qué tal,
soy el que enciende la ciudad,
un servidor, un corazón
que espantará todas tus brumas”.
Luego tu mano deslizó un papel,
y en el ingrato mostrador
te confesé mi decepción,
mi soledad, esto que soy,
lo que le falta a esta canción.
Mira, yo ya pagué mi estupidez,
cuando llamé, me sorprendió
que le pusieras precio, amor,
al sueño, al ansia, a la ilusión
de comprender todo tu ayer.
Siento que nunca tuve que aceptar
pero no pude resistir
y me entregué para vivir
con la tristeza del que ya sabe
que no tendrá la Luna.
Llueve sobre esta estúpida ciudad
que no parece presentir
que ya no existe el porvenir,
y en esta mesa y este bar
sigo buscando sin cesar
lo que le falta a esta canción.
Versión de Víctor Heredia
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