Poema del romancero de Fray de Hytlodeo (Canto II)
tal como Fierro cantaba,
y si en su canto pintaba
las bellezas del paisaje
jamás le faltó coraje
pa’denunciar las cornadas.
El canto tiene sus leyes
que no son sólo afinar,
ni tampoco taladrar
el oído de la gente,
debe el cantor ser prudente
con el que lo va a escuchar.
Nunca juego con el canto
ni canto por compromiso,
el canto es un noble oficio
que nos ofrece placer,
recuerden que es un deber
el estar a su servicio.
Conozco a muchos cantores
“que es un gusto el escuchar”,
mas, se largan a opinar
y la opinión nos la cobran;
de esos cantores que sobran
hay que aprender a dudar.
No es bueno aceptar elogios
si éstos vienen del poder,
hace la experiencia ver
cómo algunos cantautores
aceptan ciertos honores
que rechazaban ayer.
Muchos de estos cantautores
siempre empiezan por la izquierda
y si logran tener cuerda
pa’llegar a destacarse
los verán pronto escorarse
y ser doctos en monsergas.
Cuando concurren a un acto
de estos que son solidarios,
si suben a un escenario
siempre es porque hay promoción
más no pierden la ocasión
de colarnos su rosario.
Hablan más de lo que cantan
y van siempre con apuros,
prometen estar seguros
de su apoyo a alguna causa,
pero te harán una pausa
si el pan se les pone duro.
En asuntos solidarios
sabe uno quién es quién,
nos conocemos muy bien
y a veces más de la cuenta,
hay muchos que en la reventa
ganan más del cien por cien.
Ya no hay cantores del “Cid”
como aquel hijo de Soria,
por más que gire la noria
en busca de otros cantores
hoy, con ciertos cantautores...
mucha paja y poca historia.
No crean que desconozco
que hay gente que sigue en pie,
son los menos, créanme,
aunque son estos cantantes
los que no olvidan el antes
ni descuidan el después.
Por estas y otras razones
es que me pongo a cantar
sin más intención que estar
en la memoria del día,
haciéndole compañía
a quien me quiera escuchar.
Este poema, recitado sobre fondo musical de Jorge Cardoso, pertenece al libro de Indio Juan titulado El romancero de “Fray de Hytlodeo”; en él nos ofrece una magnífica descripción de la situación crítica en la que se encontraron los llamados “cantautores” a partir de finales de los setenta.
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