Es fácil decirse anarquista


La anarquía no es el caos,
es el orden sin el poder.
Es no tragarte sapos
como quien toma café.
No es la bomba, la pistola
ni el odio del amargado,
es la escuela de la libertad.
No es hacer lo que te da la gana
sino lo que sabes que debes hacer
cuando sólo eres tú quien te manda
y te señaliza la calle;
y trepar por tiempos turbulentos,
sin perder nunca de vista
que es fácil llamarse anarquista
pero serlo no lo es en absoluto.

La anarquía es no inclinarte
frente a dioses, frente a señores;
es jugar tu carta
sin miedo a los dientes del perro.
Pero no es saltarte los semáforos:
quien lo tiene verde merece respeto,
tanto si es joven como provecto.
No hay convenciones sagradas,
son arbitrarias y fútiles,
pero hay que decir que a veces
pueden resultar muy útiles
para convivir con los vecinos,
y no me quiero hacer el moralista,
pero es fácil llamarse anarquista,
serlo implica mucho trabajo.

La anarquía es plantar cara
al absurdo de la existencia,
saber que nada te ampara,
aceptar la obsolescencia,
y no conjugar el verbo «creer»
utilizando «yo» como sujeto
mientras dure tu trayecto.
La anarquía implica angustia
cuando pisas el escenario,
no encontrar la vida coja
sin amigo imaginario,
y vivir el ahora y el aquí
sabiéndote un fugaz turista.
Es fácil llamarse anarquista
pero para serlo hay que sufrir.

La anarquía es la utopía
que subimos escalón a escalón,
una chispa de locura
que sazona la razón.
Es el amor, el humor y la duda,
la revuelta y la ternura,
un relámpago de lucidez.
La anarquía es el vértigo
de saltar fronteras, no
renunciando a tu origen
ni a las palabras que llevas en el zurrón,
mirando cómo le crece la nariz
a más de un colonialista
que quiere hacerse el anarquista
pero es incapaz de ello.

La anarquía es intentar
mejorar un poco cada día
y, sobre todo, no imponer
a los demás la propia elección.
Nadie tiene la receta,
cada uno se la hace a medida
deshojando la margarita.
Ésta es mi acracia
y, si no estás de acuerdo,
fantástico: no tiene gracia
dirigirse todos hacia el mismo puerto.
En cualquier caso, hay que ir a pie,
que no conduce a ella ninguna autopista.
Es fácil llamarse anarquista
pero serlo tiene su precio.
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