Margot Loyola: «Violeta Parra era genial, yo nunca lo fui»

MEDIOS el 20/09/2010 

La mayor recopiladora del folclore local cumplió 92 años el miércoles recién pasado. Aprovecha la ocasión para detallar la relación de amistad que tuvo con Violeta Parra.

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Por Mauricio Jürgensen para La Tercera

Cumplió 92 años el miércoles recién pasado, tiene problemas para escuchar y se aburre rápido de cuestionarios y repasos dieciocheros, que de eso, dice, ya ha visto "demasiado". Pero Margot Loyola, sentada y bien arreglada para "la foto del diario", en su casa de La Reina, no pierde el tono enfático ni la fuerza de la experiencia para decir lo que piensa. Para aclarar que no quiere "entrar en competencias" ni en "copuchenteos", y menos con una mujer a la que todavía considera su "comadre" y que marcó su vida para siempre, aunque "rara vez pensábamos lo mismo", aclara. Lo que se abre, sin embargo, es un tema sensible para ella y su entorno más cercano: "Las dos somos mujeres campesinas, dos rosas espinudas que veníamos con esa angustia existencial, las dos por igual, pero la Violeta (Parra) era genial y yo nunca lo fui".

Fueron 15 los años que alcanzaron a compartir estas dos mujeres capitales de la música chilena. Claves en la recopilación del folclore pueblerino y el armado de géneros como la Nueva Canción Chilena, desde las décadas del 40 y 50 en adelante. Fue Margot la que amadrinó a la mujer de San Fabián cuando en 1952 decidió lanzarse sola (tras abandonar a su hermana Hilda en el dúo Las Hermanas Parra) y le escribió las partituras de sus primeras canciones e, incluso, la llevó hasta la redacción de la revista Ecrán para presentarla como "una letrista y compositora excepcional".

Pero la historia ha sido mezquina en situar a Violeta Parra —que se quitó la vida en 1967— como la más influyente del folclore local, en desmedro de su vieja amiga, algo postergada a la hora del repaso de esta historia. "Violeta me convenció desde la primera vez que ella cantó sola. Cuando le oí cantar La jardinera, me interesó y mucho. Inmediatamente le abrí mi corazón", cuenta Loyola, y Parra hizo algo parecido. Fue su hermano Nicanor el que la envalentonó para que se fuera a conocer y recopilar la música de Chile, aunque le advirtió de una antecesora poderosa: "Vas a tener que hacerle frente a la tremenda Margot Loyola".

Las diferencias

 

Las mujeres finalmente se conocieron, se hicieron amigas, trabajaron juntas y se visitaban frecuentemente. Pero a pesar de la cercanía y las cosas en común, ellas veían mundos distintos. "A mí me gustaban la academia, el salón, los estudios, a ella no. Yo tenía una voz trabajada y ella no, porque yo estudié con Blanca Hauser y eso marcó mi canto. La Violeta decía que la folclorista que tenía una voz estudiada estaba perdida como folclorista. A veces me decía 'ya estás cantando esas canciones de los ricos', y yo le decía de vuelta 'y tú politiqueando en vez de hacer folclore'".

La carga ideológica fue clave en las divergencias que surgieron, sobre todo en los 60, entre las dos amigas. Parra se declaró rotundamente de izquierda y empezó a articular un discurso potente en esa dirección. Loyola, en cambio —y a pesar de una temprana cercanía con el Partido Comunista, acreditada en cartas de la época—, se desmarcó de la coyuntura cuando alguna vez, al regresar de un viaje a la Unión Soviética, dijo que "no existe eso del hombre nuevo", traicionando uno de los mandamientos más potentes del socialismo de esos días.

Lo que quedó en el aire fue la idea de que Loyola era la voz de la oficialidad, la mujer sin compromiso político declarado, y que Parra era la cantora genuina y conectada con la época. Fue el comienzo de un paradigma que nunca se borró del todo. Que nunca terminó de disiparse, a pesar del respeto y la admiración que se prodigaban. Y, quizás lo más sensible, es que dejó a Violeta como la única inspiradora de un movimiento como la Nueva Canción Chilena, a pesar de que el grupo Cuncumén y el mismo Víctor Jara grabaron tonadas recopiladas por Margot Loyola, seducidos por su riqueza técnica. Por ese tono de academia que la tiene como una sobreviviente en un mundo donde una sola de esas rosas espinudas fue reina.

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