«Si somos americanos somos hermanos, señores; tenemos las mismas flores, tenemos las mismas manos»
De evidente popularidad en algunos momentos y de reconocimiento más tibio en otros, este profesor normalista formado en Chillán tuvo siempre el horizonte de hacer llegar el canto y la cultura a los más necesitados de su país.
A través de canciones a veces sumamente simples pero conmovedoras, o a través de obras de largo vuelo que no siempre tuvieron el reconocimiento que esperaba, Rolando es recordado entre sus pares como un autor de indudable talento y facilidad para componer, un hombre sencillo, afectuoso, respetuoso y amigo hasta de adversarios políticos, a quienes compuso temas y con los cuales compartió grabaciones.
Como director del Conjunto Cuncumén abrió el sendero del movimiento de proyección folklórica, esencial para descubrir el inmenso patrimonio musical del país, rescatado de los campos, que se había transmitido oralmente por largos años.
Posteriormente, como compositor y cantante, fue uno de los puntales del neofolklore, movimiento que permitió una renovación del repertorio de música folklórica y que músicas de periféricas zonas del país como la andina y chilota pudieran ser conocidas por todos los chilenos.
Pasado el espejismo de este movimiento, que copó los medios de comunicación del país, Alarcón levantó el canto más comprometido con varios compañeros de generación y fue parte fundamental de la Nueva Canción Chilena.
Fundador de la Peña de Los Parra, participante del Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, de la primera gira del programa radial “Chile Ríe y Canta” y de la peña del mismo espacio, ganador del Festival de Viña, integrante del Tren de la Cultura, Rolando Alarcón recorrió alegremente con su guitarra y su estampa de educador los momentos claves de la historia musical chilena.
Después de su fallecimiento, ocurrido el 4 de febrero de 1973, al término de una gira de “Chile Ríe y Canta”, la figura de Alarcón entró en un oscuro silencio, especialmente tras el golpe de estado del 11 de septiembre el mismo año.
Sus discos, autoeditados en su gran mayoría a través de su sello Tiempo, cayeron en el olvido y no fueron reeditados, lo que ha causado que buena parte de su trabajo permanezca en el más completo anonimato.
Sin embargo, y pese a todo, parte de su obra permanece tozudamente y varias de sus canciones, como “Si somos americanos”, “Mi abuela bailó sirilla”, “Doña Javiera Carrera”, “Mocito que vas remando”, ”Parabién de la paloma”, ”Esquinazo del guerrillero”, y muchas otras, son parte de los clásicos de la historia musical chilena, grabadas recurrentemente por intérpretes nacionales y hasta por algunos internacionales (Miguel Aceves Mejía, Soledad Bravo y Joan Baez entre otros).
Además, su espíritu docente tuvo premio: varias de sus canciones son parte del repertorio que los niños chilenos aprenden en la escuela, lo que hace que nuevas generaciones recuperen el legado de uno de los hombres claves de nuestra música, cuya figura puede permanecer en la noche pero cuyo trabajo acompaña y alumbra los nuevos días de la patria.
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