COMO UNA HISTORIA

HIJO DE LA TIERRA

Quebrada de los Camarones, Arica, 1965.
El sol ya se estaba poniendo y el sofocante calor del día empezaba a dar paso a la fría noche. Toda la población se había reunido para el concierto; eran campesinos, mayormente indios, con sus mujeres y sus guagüitas. Estas sentadas en el suelo de tierra con los niños entre los brazos y los hombres, de pie detrás de ellas.
Cuando el concierto tocaba a su fin, el presentador anunció desde el escenario inexistente al último cantante. René Largo Farías, creador y animador de las giras de conciertos, que bajo el título genérico de Chile ríe y canta, recorrían la larga geografía del país, presentó a Víctor Jara.
El cantante se demoró un poco en comenzar a cantar, antes escrutó los rostros de su público y le pareció el auditorio ideal para estrenar su nueva canción. Mientras la cantó el público guardó riguroso silencio y fue al concluirla cuando empezaron a hablar animadamente entre ellos; esto equivalía a un merecido aplauso en una sala de concierto habitual, y así lo entendió Víctor Jara. Después, cuando Largo Farías anuncio el final del concierto los habitantes de la Quebrada de los Camarones no se movían de su sitio, Víctor Jara tomó de nuevo la guitarra y volvió a cantar el arado: al finalizar la canción los campesinos empezaron a marcharse, pero uno de ellos se acercó al cantante y le preguntó:

- ¿Tú eres de la tierra?
- Si, soy hijo de campesino
- Lo veo por tu canción que así es
- ¿Qué es así?
- Que no has abandonado la tierra

El arado

Aprieto firme mi mano
y hundo el arado en la tierra,
hace años que llevo en ella
¿cómo no estar agotado?

Vuelan mariposas, cantan grillos,
la piel se me pone negra
y el sol brilla, brilla y brilla.
El sudor me hace surcos,
yo hago surcos a la tierra
sin parar.
Afirmo bien la esperanza
cuando pienso en la otra estrella.
Nunca es tarde me dice ella:
la paloma volara.

Vuelan mariposas, cantan grillos,
la piel se me pone negra
y el sol brilla, brilla y brilla
y en las tardes cuando vuelvo
en el cielo apareciendo una estrella.
Nunca es tarde me dice ella:
la paloma volara, volara, volara.
Como el yugo de apretao,
tengo el puño esperanzao
porque todo cambiará.


VÍCTOR JARA: Mi padre era inquilino en un fundo. Nací en Chillán, pero era muy chiquito cuando nos trasladamos a Lonquén. Mis vivencias de esa época son claras y luminosas. Me acuerdo del cerro de la Pata del Diablo, a donde iba a cortar huilla y a jugar con las culebras. Tenía mi mundo propio. Me perdía por horas jugando en los cerros, siempre me andaban buscando. Jamás olvidaré las reuniones de toda la comunidad campesina cuando tocaba la deshoja de los choclos. Las mazorcas se iban apilando en montones muy altos. Y al calor del trabajo surgían canciones. Mi madre tocaba muy bien la guitarra, y cantaba lindo. En mi casa, de barro y arcilla, vivía el profesor de la escuela parroquial, él también cantaba.. Yo recuerdo haberme quedado dormido en el regazo de mi madre escuchando a esa gente maravillosa. Ayudaba a mi padre en las faenas del campo, con la rastra y el arado. Ese fue mi mundo hasta los once años.

Víctor Jara había nacido el 28 de septiembre de 1932 en Chillán, provincia de Ñuble. A los cinco años su familia se mudó a Lonquén, localidad cercana a Santiago, donde su padre, Manuel Jara, había arrendado un pequeño terreno que trabajaba de sol a sol con un mísero rendimiento. Su madre, Amanda Martínez, era requerida por los vecinos como "cantora", bien para fiestas, bodas o velorios. El pequeño Víctor solía acompañarla, así aprendió, de la fuente más pura, el folklore de su tierra. De ésta época siempre recordaría los velorios de los "angelitos". Cuando un bebe moría, era amortajado y envuelto en flores de papel, el velatorio podía durar varios días; primero se cantaban los cantos a lo divino, donde el "cantor" hablaba por boca de la "guagua" muerta, intercediendo ante Dios por sus padres, después la cosa ya empezaba, con ayuda del alcohol, a degenerar y el repertorio iba variando a otros temas más... terrenales. Cuando terminaba el velatorio, no era extraño que los vecinos más próximos "pidieran prestado" el cuerpo del bebe para proseguir la ceremonia en otra casa.
Debió de ser en estos velorios donde Víctor Jara aprendió el Despedimiento del angelito.

Despedimiento del angelito

Gloria dejo en memoria
y estas razones aquí
de que no llore por mí,
de que no llore por mí
porque me quita la gloria.

Vos como maire y señora
pídale a Dios que te guarde.
Me voy con el Alto Paire
y a los reinados de Dios.
Digo con el corazón
y adiós mi quería maire.

Gloria yo le'igo a Dios
y que conmigo sea bueno,
porque también en el cielo,
porque también en el cielo
los hemos de ver los dos.
Y en este trance veloz
yo ya cumplí mi destino,
purificao y divino
y en la gloria dentraré
y antes de irme diré:
adiós, adiós mundo indi'no.

Virgen de nos y parientes,
yo a todos les digo adiós,
ya mi plazo se cumplió,
ya mi plazo se cumplió
y conmigo la muerte.

Dichosas jueron mis suertes,
mayor juera algún pesare.
Yo me juro confiesarme
y a vos, y a vos, Paire Eterno.
Ya me olvidé del infierno
que sabe todos los males.


VÍCTOR JARA: Yo vivía en Lonquén, que es un pueblecito que está metido en los cerros, frente a Melipilla. Allá viví bastantes años, con mis padres. Conocí gente, campesinos, trabajadores que además de trabajar la tierra para don Ramón Prieto, que era el dueño del "fundo", trabajaban en algo en donde realmente parece que ponían lo mejor sí; yo por allí conocí algunos que hacían lazos: trenzaban cuero para hacer lazos.

El lazo


Cuando el sol se inclinaba,
lo encontré,
en un rancho sombrío,
de Lonquén,
en un rancho de pobres,
lo encontré,
cuando el sol se inclinaba,
en Lonquén.

Sus manos siendo tan viejas
eran fuertes pa' trenzar,
eran rudas y eran tiernas
con el cuero 'el animal.

El lazo como serpiente
se enroscaba en el nogal
y en cada lazo la huella
de su vida y de su pan.

Cuánto tiempo hay en sus manos
y en su apagado mirar.
Y nadie ha dicho: está bueno,
ya no debes trabajar.

Las sombras vienes laceando
la ultima luz del día,
el viejo trenza unos versos
pa' maniatar la alegría.

Sus lazos han recorrido
sur y norte, cerro y mar,
pero el viejo la distancia
nunca la supo explicar.

Su vida deja en los lazos
aferrados al nogal,
después llegará la muerte
y también lo laceará.

Qué importa si el lazo es firme
y dura la eternidad,
laceando por algún campo
el viejo descansará.

Cuando el sol se inclinaba,
lo encontré,
en un rancho sombrío
de Lonquén,
en un rancho de pobres
lo encontré,
cuando el sol se inclinaba
en Lonquén.


Aunque la vida en el campo era dura para toda la familia, Víctor era un niño feliz. Tal vez esta felicidad sólo estaba ensombrecida por la actitud alcohólica y de abandono de su padre. Manuel Jara, amargado por el trabajo y las responsabilidades, se tornó violento y poco a poco se fue desentendiendo de su familia y obligaciones. Este clima produjo en Víctor un sentimiento encontrado con su padre, que expresaría años más tarde en la canción La luna siempre es muy linda

La luna siempre es muy linda

Recuerdo el rostro de mi padre
como un hueco en la muralla.
Sábanas manchadas de barro,
piso de tierra.
Mi madre día y noche trabajando,
llantos y gritos.

Jugando al ángel y al diablo,
jugando al hijo que no va a nacer.
Las velas siempre encendidas,
hay que refugiarse en algo
de donde sale el dinero
para pagar la fe.

No recuerdo que desde el cielo
haya bajado una cosecha gloriosa,
ni que mi madre hubiera tenido un poco de paz,
ni que mi padre hubiera dejado de beber.

Al pobre tanto lo asustan
para que trague todos sus dolores,
para que su miseria la cubra de imágenes.
La luna siempre es muy linda
y el sol muere cada tarde.

Por eso quiero gritar
no creo en nada,
sino en el calor de tu mano con mi mano;
por eso quiero gritar
no creo en nada,
sino en el amor de los seres humanos.

¿Quién puede callar el latido
de un corazón palpitando
o el grito de una mujer dando un hijo,
quién?

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