53 Festival de Cosquín 2013
Juan Falú: el arte paciente y la ansiedad de Cosquín
El guitarrista tucumano propuso un momento introspectivo a partir de obras de caligrafía profunda y ejecución paciente y consiguió, al cabo, la ovación de una plaza que se insinuaba ansiosa y distante.
El guitarrista tucumano propuso un momento introspectivo a partir de obras de caligrafía profunda y ejecución paciente y consiguió, al cabo, la ovación de una plaza que se insinuaba ansiosa y distante.
Juan Falú en la séptima luna de Cosquín.
© Paul Amiune
Télam/Mariano Suárez - Sin concesiones a la celebración festivalera, Juan Falú imaginó algunos recorridos musicales para Cosquín, aunque finalmente debió improvisar más de la cuenta: con oficio —y sin apelar a la demagogia— se acomodó anoche a un auditorio heterogéneo y a los problemas de sonido.
La plaza Próspero Molina estaba repleta con 15.000 espectadores y un perfil con predominio adolescente jalonado por presencia en la grilla del salteño Jorge Rojas; cuya expectativa, como se ha acreditado en otras ediciones, empaña los climas de los artistas previos y posteriores.
El escenario de Cosquín lleva el nombre de Atahualpa Yupanqui, que es el artista por antonomasia que encarna el perfil de quien enfrenta sólo al público con su instrumento; en esa línea, que solo unos pocos recorren, se presentó el tucumano.
Convocó al silencio con una zamba recopilada por Eduardo Falú, un autor particularmente ausente en el Cosquín 2013; y luego anunció a la plaza inquieta Pastor de las nubes, de Fernando Portal y Manuel Castilla, a la que definió como "una joya alejada del repertorio mediático".
La escena se fue complicando. El sonido de la amplificación de la guitarra comenzó a molestar y la pausa que se generó despertaba el movimiento de un sector de la plaza que, aun minoritario, alcanzaba para alterar el momento.
Mientras apuraba una solución técnica, Falú tomó la palabra y demandó justicia para "todas las Marita Verón" y sentenció que "no se trata de decir si el fallo está bien o mal sino de una justicia que haga justicia con los genocidas, cafishios y ladrones".
Se adelantó a las críticas de "algunos coprovincianos" que, dijo, "ya estarán enviando cartas a La gaceta (de Tucumán) para decir que Falú se está robando unos minutos de gloria en el escenario".
"Uno no puede callarse. Y si uso este momento, bien usado está", alegó.
Entonces Falú hizo otro viraje que seguramente no había proyectado y acometió con una canción que no pertenece a su repertorio pero que sí es propia del clima de las guitarreadas.
Entonó Tristeza, una tonada de Pepe Núñez, con estribillo para el que el público acompañe ("¡Ay, qué camino tan desparejo!/la angustia cerca y mi niño lejos").
"Improvisé un montón, me tiré a la pileta. Había problemas de sonido y eso me hizo perder el control y apelé a la 'parrilla'", le confesó el guitarrista a Télam.
La respuesta de ese público elusivo en el comienzo fue una ovación contundente.
Falú se ganó el derecho a extender su actuación y, al cabo, acumuló 25 minutos en el escenario, un hito en el marco festivalero que año tras año le entrega insólitos 12.
"No la sentí fácil. Otros años presentí una plaza más dispuesta a escuchar", analizó Falú pasado el desafío.
El tucumano dejó el escenario. Pasaron algunos artistas más y llegó finalmente el momento, extenso y celebratorio, de Jorge Rojas. Pero la historia de la noche tenía otro protagonista.
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