Entrevista de Mario Céspedes a Violeta Parra, 1.ª parte
Violeta Parra: Voy a… a decir, primero, la… el comienzo de mi libro, una décima:
Pa’ cantar de un improviso
se requiere güen talento,
memoria y entendimiento,
juerza de gallo castizo.
Cual vendaval de granizos
han de florear los vocablos,
se ha de asombrar hast’ el diablo
con tantas bellas razones,
como en las conversaciones
entre San Peiro y San Paulo.
Aquí yo, Mario, sigo en este tono, como los cantores populares, hablando de las… de las condiciones que tiene que tener un cantor, del miedo que se tiene para empezar a cantar y dan una serie de vueltas y rodeos antes de decidirse a cantar… en forma. Bueno, después voy a leer una décima, y cuando tuve una conversación con mi hermano que fue quien me… quien me sugirió este idea de escribir mi vida en décimas populares:
Muda, triste y pensativa
ayer me dejó mi hermano
cuando me habló de un fulano
famoso en la poesía.
Jue grande sorpresa mía
cuando me dijo: Violeta,
ya que conocís la treta
de la versá’ popular,
princípiame a relatar
tus penurias a lo pueta.
Enseguida yo le contesto a Nicanor por qué no me puedo poner a escribir y a cantar, porque tengo otras cosas más importantes que hacer, como mantener mi casa y batallar por el folklore. Pero después me decidí a cantar y digo lo siguiente:
Pero, pensándolo bien,
y haciendo juicio a mi hermano,
tomé la pluma en la mano
y jui llenando el papel.
Luego vine a comprender
que la escritura da calma
pa’ los tormentos del alma,
y en la mía ya hay sobrantes,
hoy cantaré lo bastante
pa’ dar el grito de alarma.
Al decir «el grito de alarma» quiero dar a entender yo que este… esta va a ser la ocasión mía de lanzar mi queja y mi sufrimiento a través de esta… de este labor folklórico que he realiza’o, tú sabes, prácticamente sola, fuera de la ayuda que me prestó la Universidad de Concepción hace dos años, y de uno que otro recital que he dado en la Universidad de Chile, yo no he tenido ninguna otra ayuda al respecto. Bueno, después me pongo a contar ya mis primeros recuerdos. Te voy a presentar a mi abuelo en un par de estrofas:
Aquí presento a mi abuelo,
señores, demen permiso.
Él no era un roto chorizo,
muy pronto van a saberlo.
En esos tiempos del duelo
era entendí’o de las leyes,
hablaba lengua de reyes,
usó corbata de rosa,
batelera elegantosa
y en su mesa pejerreyes.
Esto quiere decir que mi abuelo paterno era un… un hombre que vivía muy bien; era abogado y… de mucho prestigio. Mi abuelo paterno, en cambio, era un campesino de aquí de Chillán para adentro, un inquilino, un obliga’o, un explotado.
Ya pudieron conocer
el origen de mi paire;
al contrario el de mi maire
bien distinto sí que jue.
Aquí lo relataré
sin faltar a la verdá’,
porque odio la falsedá’
así como amo la loga.
En los campos de Malloga
vino al mundo mi mamá.
Mi abuelo por parte ’e maire
era inquilino mayor,
mayordomo y cuida’or
poco menos que del adre.
El patrón con su donaire
lo tenía de obliga’o,
de sega’or, de emplea’o,
de chacarero y rondín,
poda’or en el jardín
y hortalicero forza’o.
Yo celebro que mi abuelo haya sido un campesino neto, ¿ah? Aquí cuento una parte de una de las fiestas… grandes fiestas que se celebraban en casa de mi abuelo:
La cena ya se sirvió
en una mesa largucha,
en cada plato, una trucha,
pa’ la trucha, un botellón,
pa’ la botella, un copón,
pa’ la copa, una galleta;
encima ’e una servilleta
con un platea’o cubierto;
como el pesca’o está muerto
le asoma ají por la jeta.
Enseg… Si yo me pusiera a hablar de to’o no terminaríamos ni en un mes, así que voy a… voy a saltarme un poco para… para hablar de cuando yo tenía cuatro años:
La suerte mía fatal
no es cosa nueva, señores;
me ha da’o sus arañones
desde chica sin piedá’.
Batalla descomunal
yo libro desde mi infancia;
sus terribles circunstancias
me persiguen con esmero,
dejándome años enteros
sin médula ni sustancia.
Dice mi mama que jui
su guagua más donosita,
pero la suerte maldita
no lo quiso consentir;
empezó a hacerme sufrir
primero, con la alfombrilla,
después la fiebre amarilla
me convirtió en orejón.
Otra vez, el sarampión,
la rabia y la culebrilla.
Entonces ahí sigo contando yo hasta el momento en que me dio la viruela, y que fue horrendo en Lautaro, porque por causa de mi peste se murieron como veinticinco personas en Lautaro. En ese tiempo no había remedio para este mal, sin embargo yo me salvé, ¿ah?, porque los diablos malos no se mueren nunca.
Mario: Jeje.
Violeta: Te voy a contar… voy a leer unas décimas de la… de la gente como fue cayendo. Eh, la… la peste me dio en el tren, ¿no?
En ese estado tan cruel
termina la deligencia.
Salimos de la presencia
fatal del maldito tren.
Esperan en el andén
al menta’o profesor,
conferenciante y cantor
y a su familia inocente
varias personas decentes
que los tratan con amor.
Eso fue en Lautaro cuando mi padre fue a hacer clases.
Viendo la preocupación
que a mi maire gobernaba,
y en la respuesta que daba
supieron de su dolor.
Le trajeron un do’tor
después que los instalaron
y en un hotel los dejaron
con mucha solicitud,
sin sospechar el ataúd
que por miles les llevamos.
Vinieron muchas visitas,
al principio, a saludar,
y después, a preguntar
cómo estaba la guagüita.
Detrás d’esa preguntita
estaba la Muerte acechando
porque se van contagiando,
la fiebre los atraganta.
Los pobladores s’espantan:
sin saber qu’está pasando.
Cayeron grandes y chicos
con la terribl’ epidemia,
más grande que la leucemia,
murieron pobres y ricos.
Al suelo, un tal Federico
y otro llamado Fidel,
y dos qu’estaban con él;
unos tales Pérez Caro
que visitaron Lautaro
y jamás pudieron volver.
S’esparrama la noticia
con tanta velocidad,
que viene l’autoridad
a descubrir la malicia.
Mientras tanto con delicia
la culpante se mejora,
su mama rezando implora
por su pronta mejoría;
y al panteón día por día
cayeron varias señoras.
Voy a saltarme otro poco:
No se escapó ni el vacuno,
también probó la lanceta
que la inocente Violeta
clavó sin querer ninguno.
Tres meses pasó en ayuno
con ese terrible grano
que le arrancó de las manos
y pies toititas las uñas.
Su cuerpo era una pezuña,
solo un costrón inhumano.
Y ajuera estaba que se arde
la desgracia por doquiere.
Alguien de buen proceder
dispuso esa mesma tarde:
los enfermos que se guarden
de ventearse sin objeto.
Pa’ eso está el lazareto
que el alcalde levantó
con la ayuda de mi Dios,
que en estos caso’ es correuto.
Y al fin, como te iba diciendo, Mario, murió tanta gente por mi culpa, y yo lo siento de verdad, ¡claro que si no hubiera habido ese motivo, tampoco hubiera hecho las décimas!
Mario: Jeje.
Primera parte de la entrevista efectuada por Mario Céspedes el 5 de enero de 1960 para Radio Universidad de Concepción en el Hotel Bío Bío de Concepción.
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