Suite Festival Barcelona 2025
Natalia Lafourcade en el Liceu: canto a la raíz y a la vida que se abre
La cantautora mexicana Natalia Lafourcade actuó en solitario ayer domingo en el Liceu de Barcelona en el marco del Suite Festival, en un concierto cargado de emoción radical, depuración estilística, mestizaje sonoro, dramaturgia íntima y canción de autor en estado puro. Sílvia Pérez Cruz fue su invitada en sensible abrazo musical.
La cantautora mexicana Natalia Lafourcade actuó en solitario ayer domingo en el Liceu de Barcelona en el marco del Suite Festival, en un concierto cargado de emoción radical, depuración estilística, mestizaje sonoro, dramaturgia íntima y canción de autor en estado puro. Sílvia Pérez Cruz fue su invitada en sensible abrazo musical.
Natalia Lafourcade en el Liceu de Barcelona.
© Xavier Pintanel
Natalia Lafourcade y Sílvia Pérez Cruz.
© Xavier Pintanel
Natalia Lafourcade en el Liceu de Barcelona.
© Xavier Pintanel
Natalia Lafourcade en el Liceu de Barcelona.
© Xavier Pintanel
El mismo día en que Don Gastón Lafourcade Valdenegro —nacido en Chile y exiliado en México tras el golpe de Estado de Pinochet— celebraba sus 90 años, su hija Natalia, maravillosa y orgullosamente gestante de su nieto, se presentaba en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Una coincidencia cargada de simbolismo, como una metáfora viva de eso que llaman el ciclo de la vida.
Tal vez como una manera de cerrar ese círculo, la cantautora mexicana ofreció un concierto minimalista, orgánico y sin artificios. Solo voz y guitarra amplificada directamente por micrófono, en busca de los matices, las sutilezas, las uñas percutiendo sobre el nylon y los dedos deslizándose por el entorchado de las cuerdas.
No le hizo falta más, ni le sobró nada, en esta vuelta al origen donde Lafourcade se sostuvo con absoluta solvencia sobre un escenario sobrio: una mesita, una silla, una caja para apoyar el pie y un soporte para la guitarra, todo dispuesto sobre una tela roja; y un vestido negro de amplios vuelos que acompañaba a su próxima maternidad.
Más allá de la puesta en escena, Lafourcade ofreció un concierto de arquitectura emocional precisa y refinamiento musical sostenido, en el que el repertorio reciente de Cancionera (2025) y De todas las flores (2022) dialogó con momentos clave de su discografía anterior, en una dramaturgia progresiva que transitó de la introspección a la catarsis compartida.
El recital se abrió con Cancionera, pieza que más allá de su función inaugural, operó como manifiesto artístico: Lafourcade se reivindica como autora, portadora de memoria y síntesis viva de la canción latinoamericana. El bloque inicial incluyó composiciones recientes como Mascaritas de cristal —vinculada a su tránsito al "cuarto piso", sus 40 años— y canciones ya esenciales de su anterior trabajo, como De todas las flores, que dio nombre al disco; Pajarito colibrí, que dedicó a todos los niños del mundo; o María la curandera, inspirada en un poema de María Sabina que celebra la conexión con la tierra y la naturaleza como vía de sanación.
El trabajo dinámico con el silencio —y su posterior ruptura— fue esencial en la evolución escénica. Lafourcade administró con delicadeza el vínculo con el público, acogiendo el susurro colectivo en Soledad y el mar y conduciéndolo hacia una versión contenida y profundamente emocional de La Llorona, donde se evitó la espectacularidad fácil en favor de una expresividad filtrada y sobria.
Uno de los momentos álgidos fue la aparición de "su amiga", Sílvia Pérez Cruz. La catalana —que es grande por derecho propio— se hizo aún más grande con Lafourcade al contener sus excesos en este sensible abrazo musical. Su guitarra acompañó dos dúos memorables: Mi última canción triste, que ambas interpretaron ya en el disco Toda la vida, un día, y donde exhibieron un fraseo sensible y cuidadoso; y una versión de Cucurrucucú Paloma, de Tomás Méndez, tratada con una sensibilidad camerística que evitó los clichés del repertorio ranchero.
Tras ese clímax íntimo, el concierto giró hacia un bloque más tabernero y abierto rítmicamente donde Lafourcade transitó con solvencia por registros populares y afectivos, como Como quisiera quererte, Mexicana hermosa, Mi tierra veracruzana o El lugar correcto, donde desplegó su faceta más cálida y celebratoria.
Ya hacia el final del concierto, espacio para la improvisación y la memoria, al aceptar peticiones del público que la llevaron a interpretar una versión de O pato, que popularizara en su día João Gilberto; y una lectura rejuvenecida de En el 2000, con la frescura intacta de su etapa más pop.
Cerrando el círculo y el concierto, Hasta la raíz operó como eje simbólico de la velada: una pieza que condensa su discurso estético, combinando estructura pop, raíz folclórica y lirismo autobiográfico.
El concierto fue una lección de dosificación energética, articulación narrativa y refinamiento sonoro. Lejos del artificio, Lafourcade apostó por la verdad escénica, el cuidado formal y la comunión con la audiencia, en un espacio —uno de los mejores teatros de ópera de Europa— que amplificó la dimensión artística de su propuesta.
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