El príncipe Rodríguez
He dudado muy mucho antes de escribir este artículo. Primero quería hacer una carta abierta a Quim Monzó pero definitivamente no me gusta esta costumbre tan poco elegante de “te lo digo a ti Pedro para que me oiga Juan”. En segundo lugar Silvio Rodríguez ya es mayorcito para defenderse solo y quién soy yo para meterme donde nadie me ha llamado.
He dudado muy mucho antes de escribir este artículo. Primero quería hacer una carta abierta a Quim Monzó pero definitivamente no me gusta esta costumbre tan poco elegante de “te lo digo a ti Pedro para que me oiga Juan”. En segundo lugar Silvio Rodríguez ya es mayorcito para defenderse solo y quién soy yo para meterme donde nadie me ha llamado.
Pero de alguna manera, y antes de que una legión de fanáticos bombardeen con descalificaciones personales a mi paisano por su artículo El sapo Rodríguez, —fascista, mal escritor, gusano, fracasado, sordo intelectual y otras lindezas—, quisiera contarles a ustedes alguna cosa sobre Quim Monzó y a Monzó algo sobre Silvio.
Quim Monzó (Barcelona 1952) es por encima de todo —aunque parezca poco creíble si leen el artículo de referencia— uno de los mejores escritores catalanes vivos y uno de los columnistas más considerados en este país. Monzó es ocurrente, ameno, irónico y hasta cáustico, capaz de sacarle la punta y los colores a cualquier hecho, ya sea trascendental o cotidiano. Leer alguno de sus artículos o novelas obliga siempre a la reflexión desde la desmitificación y la iconoclasia frecuentemente cubiertas con una pátina de humor irreverente, a veces negro.
Pero en El sapo Rodríguez —lo digo con todo el respeto y admiración que me merece —, a Quim Monzó se le ha ido la mano con la capa de pintura.
En primer lugar ha caído en el error —en el que ha caído la mayor parte de la prensa occidental—, de afirmar que ésta es la primera crítica de Silvio al régimen cubano. Silvio, como buen creador, siempre ha sido crítico con el poder. Ya en el 1969 tuvo que enrolarse en un barco pesquero cubano —el Playa Girón— huyendo de las consecuencias de sus propias palabras.
Sugiero la audición —o la lectura— de canciones como Mientras tanto (1967), que le causó un disgusto en la televisión cubana, o Epistolario del subdesarrollo (1969), entre otras muchas que no cito para no aburrir en exceso.
Eduardo Carrasco cuenta que a finales de los sesenta, siendo director de Quilapayún, que “durante nuestra estadía (en Cuba), algunas de las personas que nos atendían, nos sugirieron que no entráramos en relaciones con Silvio Rodríguez, porque en ese momento, él estaba políticamente cuestionado”, aspecto que fue confirmado por Silvio en una entrevista a Jaime Saruski: “Quilapayún en ese momento no se acercó porque creyó lo que les dijeron: que éramos un grupo de indisciplinados, de desviados políticamente porque lo que nos gustaba era el rock. También les dijeron que éramos drogadictos.”
Y si con esto no basta, sugiero también el repaso a la hemeroteca de CANCIONEROS.COM: Silvio II (08/02/2008), Silvio Rodríguez considera que Cuba necesita líderes con sangre joven (31/07/2009) o Silvio Rodríguez: «Un país sin jóvenes está destinado a ser una sombra, un fantasma» (19/02/2010).
Si a Silvio Rodríguez se le ha considerado “la voz del régimen” es porque las críticas siempre han salido desde dentro de la Revolución, o como dijo en sus declaraciones: “sigo teniendo muchas más razones para creer en la revolución, que para creer en sus detractores". Frase que, por cierto el Granma utilizó como titular y La Vanguardia relegó al último párrafo de un largo artículo. Dos casos paradigmáticos de cómo puede tergiversarse la información faltando a la verdad sin necesidad de mentir.
En segundo lugar no deja de sorprenderme que un escritor con la acidez y la capacidad de analizar y dar la vuelta a las cosas como Monzó, se deje llevar por el manido tópico de creer que la música cubana es sólo eso que se escucha en los bares de turistas de La Habana y que un cantautor por el sólo hecho de serlo haga canciones “blandengues”, de “sensibilidad sensiblera” que induzcan al sueño.
Créanme —aunque les cueste los que nunca lo han leído—, que Monzó no suele hacer concesiones al tópico, ni al chiste fácil y que suele recurrir a una sutil inteligencia cuando quiere criticar alguna cosa.
En tercer lugar, la bromita —insisto tan alejada de su estilo— de asociar al Presidente de Italia con Silvio Rodríguez por mera coincidencia en el nombre, me parece pueril e indigna de la inteligencia —que la tiene y mucha— de Quim Monzó. Yo tuve una novia que se llamaba María y —créanme— era muy puta.
Para finalizar, está claro que no creo que Silvio sea un sapo. Para los que sí lo crean, una última sugerencia: acérquense y bésenlo. Igual se convierte en un príncipe.
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