Una mujer que piensa y siente —deseo—
Preparaba limba con lechuga para sacarle las ganas a Su-marido. A pesar de la limba y la lechuga Su-marido, que era pescador, siempre quería gozar y Una-mujer, nunca. Es que la hermanita... ¿Sí? ¿La hermanita? Todavía no tenía su awandí... ¿El awandí?
Esa noche, Una-mujer descolgó su chinchorro y lo ató en un rincón, bien pegado a las paredes, para que Su-marido no se le pudiera arrimar.
Así dormía, aparte, ensimismada y sola.
Hacia la media noche, un par de manos de agua tibia, como dos cálidos ríos desembocaron en la pared de la choza. Subieron por el rincón. Bajaron por la cuerda del chinchorro. Y comenzaron a recorrerla lentamente, sin prisa. La frente. Los ojos. La nariz. La boca, se empozaron. El cuello. Los senos... Una-mujer, sorprendida se quedó quieta, y esa noche pasó así, con ella inmóvil. Una-mujer no se desató. Las manos de agua tibia, como ríos se fueron.
Cuando nació el día, Una-mujer examinó el rincón donde había suspendido su chinchorro. No halló ningún rastro de las manos de agua. Por si las dudas eligió otro rincón. Murió el sol y Una-mujer, a pesar de los ¡Te lo ruego! ¡Te lo prometo! ¡Te lo suplico! de Su-marido, se fue a su nuevo rincón.
En la oscuridad del sueño las manos de agua tibia, como ríos desembocan en la pared. Esta vez recorren a Una-mujer más lentamente. Apenas la rozan, como sin querer. Se deslizan tímidas y discretas, sin ruido ni aspereza. La piel de Una-mujer se despierta, bebe. Las manos siguen recorriéndola. La boca, se empozan. El cuello. Los senos, se embalsan. El vientre. El ombligo, una se enlaguna. La otra sigue bajando. Se acerca a la hermanita, sí, a la hermanita, lentamente, sin prisa. Se arremolina. Comienza a hacer ondas, diminutas y delicadas, con toda la ternura. El cuerpo de Una-mujer se abre dulcemente. Sus manos sueltan las rodillas. Se estira. Se desata. Nace la humedad.
Allí donde la mano de agua tibia hizo las ondas diminutas nació el awandí, para la humedad de la hermanita. El cuerpo de Una-mujer siente y piensa.
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