Pasitos de hada
que, sin más, volvió a trinar.
Y al otro día, en el huerto
rebrotaba el manantial.
Las losetas del tejado
se dejaron de quebrar.
Un glú glú, y las cañerías
ya volvían a tragar.
¡Aquí, algo va a pasar!…
Las goteras no gotean ya,
ni las grietas corren más por la pared.
Recién llegada, la ninona, está;
y la casa, aunque tambaleante,
sigue en pie.
La carcoma, en huelga de hambre.
¡Qué silencio atronador!
Ni un crujido de desastre
en las vigas del salón.
La condesita, en su trona,
alma y dueña del lugar:
pasillo y frías alcobas,
que ya quiere pasear.
Y no, no ha de tardar.
Pasitos de hada por el corredor;
la chispita que prende el hogar.
Balbuceo, infantil tropezón…
¡Esta casa ya vuelve a cantar!
El reloj difunto en la pared
que algún bisabuelo trajo de Olorón,
sin darle cuerda se ha puesto a tañer
a compás con el latir de un joven corazón.
Es la brasa que al brasero
le contagia su calor;
el dedito en el agujero,
que impidió la inundación.
Es, en su cuna, el misterio,
el futuro que volvió;
el duende, el alma, el secreto
de la casa, y la razón
por la que no cayó.
Pasitos de hada por el corredor.
Mi ninona y la casa, al trantrán.
Que aunque cueste algún coscorrón,
las dos juntas han echado a andar.
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