Bendita la raza negra
las manos de aquel moreno,
que han surgido de la sombra
para libar en el cuero.
Dobla y redobla la lonja
oscuro ritmo del tiempo.
En la alegría del parche
llora el alma de los negros.
Negros, negros, negros...
Con un latido de selva bajo el látigo negrero,
con un misterio de jungla tejido por hechiceros,
con el bramar de los vientos en gigantes y meneos,
late y late la tambora sufre y jadea el batero.
En los ojos se le encienden las bengalas de su fuego
que van cayendo de a poco en el carbón de sus dedos.
Macumba vienen diciendo los cueros,
vienen diciendo te quiero, te quiero...
La mulata piel canela en el caracol del pelo
junta estrellitas de vidrio y lágrimas de lucero.
La sombra salió a vestirla, le puso su piel de cielo
y le hizo ajorcas y anillos y collares y amuletos,
y esa sonrisa nevada que luce en los labios negros.
En los ojos mamá noche le puso de su joyero
dos blancas porcelanitas con oscuros arabescos.
Van y vienen sus caderas en oleajes de mareo,
movimiento de culebra, brasa quemante del sexo
en cadencias milenarias donde se acunan los besos.
Brilla y rebrilla la luna del metal de su cuerpo
y los dedos que redoblan son diez puñales hiriendo
los poros de aquella hembra, de esa afrodita de ébano.
Hay un miedo de maniguas en ese ritual tremendo.
Macumba vienen diciendo los cueros,
vienen diciendo te quiero, te quiero...
Mira ese sol de mostaza en las marismas hirviendo.
Mira la furia que rompe las palmeras el viento.
Oye los bravos rugidos de las fieras en su celo.
Todo está en esas caderas y el batuque del negro.
¡Bendita raza negra!
Es un hermoso poema de mi padre: Francisco Amor, al que, siendo adolescente, le puse una melodía sobre el ritmo del candombe porteño o barilón. Mi padre vivió muchos años en Montevideo y conoció a fondo las llamadas y la vida y costumbres de “los morenos”, tal y como denominaban los hermanos uruguayos a los negros. Cuenta en el poema de los aquelarres, del influjo del tambor calentando la sangre de aquella gente hasta llegar al paroxismo entre el latido de las lonjas y el cimbrar de las caderas.
En el bello lenguaje de su poesía, mi padre mezcla la sensualidad de una raza cautiva que a través del ritmo se evadía de cadenas y servidumbres, para regresar, aunque sea por un rato, a su África lejana.
Es mucho lo que los negros han aportado a la música de América. Concretamente, en Buenos Aires, tanto como en Montevideo, somos receptores de esa herencia; motivo por el que en cuanto leí el poema de mi padre sentí que debía acompañarlo con ritmo de candombe y porteño, porque eso es lo que soy.
El candombe porteño es lo que llaman comúnmente milonga, un ejemplo claro es Taquito militar, de Mariano Mores, o, en una referencia anterior, China de mazorca, de Blomberg y Maciel.
Este tema me acompaña desde que era “una joven promesa” hasta hoy, que soy un “veterano cantautor”.
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