La camiseta
en la bañera, jabón y rasqueta,
me remozaba bajo de la ducha
con la premura y fiebre de un esteta;
y una vez recompuesta mi figura
como la mar tras el tifón se aquieta
me indultaba con un beso su dulzura
me daba un pan, mamá, mermelada y manteca
y en el arrobo de la tregua y la ternura
se me volvía a manchar... la camiseta.
A la hora del amor primero
fui pulcro solo a la primera cita
y me bebí todo el amor entero
sin preocuparme por una manchita;
pero pudo la mácula al cariño,
el primer desengaño no respeta
y me quedé llorando como un niño
que se le corta el hilo a la cometa
y con las lágrimas del primer idilio,
llevo manchada también... la camiseta.
Cada vez que he frecuentado el vino
de muchacho, peleón, ahora amable,
que la madurez es otro desatino,
una manera más de no mancharse.
Pero en la ronda fraternal de amigos
desnuda el alma, la emoción despierta,
con esa urgencia de sentir como testigo
uno no puede permanecer alerta,
así es que a menudo de ese vino
llevo manchada también... la camiseta.
Y cuando tibio un hijo hizo cuna
temblando de nacido entre mis brazos
me sorprendió sin peinarme tal fortuna
¡hay que ver como soy de descuidado!
Y después fui un caballo de rodillas,
un superhéroe de las historietas
y los he visto emigrar de mis caricias
con esa cosa de vivir inquieta
y suele el sepia de las fotografías
mancharme una vez más... la camiseta.
Cuando la parca pasó con su guadaña
por el valle donde el pueblo florecía,
cuando el dolor tejió su telaraña
y nos heló en la sangre la alegría
yo que venía viviendo transparente,
con un sueño, con las alas abiertas,
me lo encontré malherido de repente
y boqueado entre mis manos yertas,
con la sangre de aquel sueño adolescente
llevo manchada también... la camiseta.
Que me mancho, dicen, por distraído
o porque soy un poquito ajeno a la limpieza,
pero hay tanto asqueroso bien vestido
y tanto impecable sin cabeza.
A lo superfluo, sí, soy desatento
y conservo esta expresión casi embobada,
amo el asombro de cada momento
y no me pierdo de la vida nada;
por prestarle atención será que tengo
la camiseta siempre tan manchada.
Es cierto que soy un tanto desaliñado, descuidado más bien y con mis formas de “ligeramente antiflaco” como diría mi amigo ya fallecido José Luis Coll. Algunas partículas de comida, o de bebida, suelen, en su viaje hacia el suelo, interrumpir su periplo en mi pancita y por lo tanto en mi camiseta. A veces, en alguna comida, la mancha se cuelga por la pechera, o más abajo, y uno disimula, pero siempre hay alguien que apunta: “Se ha manchado usted”; entonces, uno, quitándole importancia al asunto contesta: “Es agua”; pero el otro aguarda pacientemente y al cabo de media hora, al ver que la mancha sigue allí, remata: “No es agua, es aceite”.
Mis amigos, mis hijos y mi compañera suelen reconvenirme por estas máculas, y es por ello que decidí hacerles una canción a las manchas de la camiseta y no solamente a las culinarias, sino a todas las manchas que he ido acumulando con los años, el exilio, las soledades y los íntimos afectos. Con esta canción he podido comprender que tengo mi camiseta muy manchada.
Cuando pienso en algunos pulcros que no se han manchado jamás con las cosas de la vida, me siento medio orgulloso de las mías.
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