Violetta
en las arenas de una playa quieta
y una gaviota de niñez que baja
a refugiarse en su madera seca.
Violetta tiene un nombre de poema
garabateado en una servilleta
por esos parias en alcohol perdidos
tan solitarios, tristes y poetas.
Violetta, Violetta, Violetta.
Violetta a veces llora esos amores
que tras la noche, al alba, izan las velas,
siempre los mismos pasos de regreso
desde el adiós del muelle hasta su pieza.
Tiene una historia como en las canciones
que los borrachos cantamos en las mesas
de las tabernas con humo y acordeones
pasados de tabaco y de cerveza.
Violetta, Violetta, Violetta.
Tiene una foto al lado de la cama
donde la infancia duele amarillenta
y la sonrisa de ahora no es la misma
traviesa y cómplice de aquellas trenzas.
Violetta bebe su ron adulterado,
manos furtivas recorren sus caderas
y entre procaces risas y caricias
vaga en sus ojos sin luz la borrachera.
Violetta, Violetta,Violetta.
Puso sus manos tibias en mis manos
por una calle de un país cualquiera,
mi corazón, me dijo, es como el tuyo,
late soñando con otras riveras,
y yo que vivo yéndome de todo
al fin me fui sin volver la cabeza,
la vi bajar los ojos y en silencio
la oí contar los pasos a su pieza.
Violetta, Violetta, Violetta.
Mi querido amigo Alberto Cortez me invitó a una gira por varios países de América: Colombia, Venezuela, Perú, Puerto Rico, Santo Domingo... Fue una experiencia que me gustó mucho, sobre todo por poder compartir el escenario con un “grande” –grande de verdad– como Alberto.
Mi principal asombro durante aquella gira fueron los hoteles de cinco estrellas... Una noche, cansado de la desconexión con la calle –que es donde me crié, me moví y me muevo en la vida–, me escapé de uno de esos hoteles. Me perdí por barrios sin aire acondicionado.
Concretamente fue en Cali, Colombia. Divisé una taberna que desde su boca cuadrada lamía la vereda con su lengua amarilla. Un rumor ferruginoso de acordeón trasnochado invitaba a entrar. Entré, sumé mi soledad a las que poblablan el boliche y en unos ojos encontré una canción. Se llamaba Violetta y la habitaba el silencio. Cruzamos unas palabras e imaginé su historia.
El compositor, etnomusicólogo y director teatral napolitano Roberto De Simone ha muerto en Nápoles a los 91 años. Fue autor de La gatta Cenerentola y fundador de la Nuova Compagnia di Canto Popolare. En su Cantata per Masaniello colaboró el grupo chileno Inti-Illimani, en una obra que unió la tradición napolitana con la música latinoamericana.
La cantante catalana Sílvia Pérez Cruz participa con su voz en el nuevo trabajo del compositor Feliu Gasull, donde interpreta varias piezas con orquesta, en un disco que reúne también a Pau Figueres, Josep Pons y la Orquestra del Gran Teatre del Liceu.
La profesora puertorriqueña Limarí Rivera Ríos publica el primer estudio académico interdisciplinario sobre la obra de Silvio Rodríguez, explorando la relación entre canción y poesía, la representación del amor como ética revolucionaria, el discurso racial y el legado de Martí y Guillén.
La cantora colombiana presenta una obra profundamente conectada con su tierra natal, el río Timbiquí, y con las tradiciones musicales del Pacífico. El álbum reúne 11 canciones escritas, dirigidas y coproducidas por ella, con colaboraciones de artistas como Daymé Arocena y Shirley Campbell.
La cantautora mallorquina Maria del Mar Bonet publica una versión restaurada y ampliada del álbum A l'Olympia grabado en 1975 en la sala Olympia de París, con canciones no incluidas en su día y una nueva gira que arranca este fin de semana en el Festival BarnaSants.