«Mi alma sigue igual, porque al que nació derecho nadie lo puede enchuecar»
La importancia de Ángel Parra en la música latinoamericana trasciende las fronteras de lo artístico. A través de sus generosas aportaciones a la Nueva Canción Chilena ─ no sólo como creador e intérprete, sino también como ideólogo, productor y organizador ─ ha dejado un legado indeleble en la historia de la música chilena y en la música de la historia de su pueblo.
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Nace en Valparaíso en el año 1943, hijo de la gran folklorista Violeta Parra y el ferroviario sindicalista Juan Cereceda. El profundo conocimiento de la cultura popular y la comprensión de las duras condiciones del trabajador, transmitidos por los padres, se plasmarán luego en su creación artística y en su postura política.
Los viajes a Europa en compañía de su madre y de su hermana Isabel, le aportan nuevas ideas que, de regreso a Chile, se materializan frente a la agitada realidad que vive el país a mediados de los 60. Junto a Isabel abre la “Peña de los Parra”, un innovador café-concert de inspiración parisina, donde se reúnen artistas como Víctor Jara y Patricio Manns, que pronto se distinguirán entre los más interesantes de su generación. La Peña contaba incluso con su propio sello discográfico, a través del cual se promovía la nueva música.
En esos años, de abundante producción propia, participa también en discos de Violeta, Isabel o Víctor Jara, graba con los poetas Pablo Neruda, Fernando Alegría y Manuel Rojas, y compone música para el cine y la televisión. Es, además, el primer director musical del emergente grupo Quilapayún.
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Antes y durante el gobierno de Salvador Allende, adoptó una clara posición de apoyo al presidente, luchando por la unidad de la izquierda; una izquierda que, inmersa en una notoria división, no percibía las imparables alianzas que se estaban forjando entre la burguesía y el capital foráneo y que culminarían con el devastador golpe de estado del 11 de septiembre de 1973.
Es detenido en el Estadio Nacional y posteriormente internado en el campo de prisioneros de Chacabuco, donde sigue componiendo a pesar de su difícil situación. En 1974 se exilia a México y más tarde a Francia, eludiendo así el trágico destino de tantos compañeros. En el exilio continúa haciendo uso de su inagotable creatividad como arma para cantarle al pueblo y a la causa de la patria.
Restablecida la democracia en 1990, Ángel decide quedarse en París, desde donde sigue experimentando con el mismo ánimo que en sus inicios, atreviéndose incluso con las nuevas tendencias, como en el rap “Allende presidente”, concebido para el 30º aniversario de la muerte del heroico gobernante.
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Durante la tarea de transcribir las canciones de Ángel, me ha impresionado la devoción hacia unos ideales que ha sabido mantener durante el medio siglo que dura ya su carrera.
Su testimonio, artístico y humano, es un excelente ejemplo del artista revolucionario que propone Gabriel Celaya. Tal como decía el poeta en “La poesía es un arma cargada de futuro” Ángel es un obrero de la canción, y sus canciones no pretenden ser “frutos perfectos” ni un “lujo cultural” para deleite de los neutrales.
Aunque ha compuesto muchas obras de evidente elaboración, otras parecen creaciones espontáneas, producto de un artista que estaba desayunando con la radio prendida y ha dejado el café a medio beber para tomar la guitarra y comentar algún suceso de actualidad. El resultado es entonces una especie de ataque sorpresa, un zarpazo certero, sincero y áspero como un tinto de buena parra chilena.
Sus canciones son un caleidoscopio de sentimientos, sonidos e imágenes de toda América Latina y Europa, unidos por su voz ronca y su guitarra, que juegan entre los límites de lo audible y las explosiones de alegría o furia. Todo esto enmarcado por su relajada apariencia, de pelo largo y bigote de bandolero.
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No quiero terminar esta presentación sin mencionar un encuentro que tuve con Ángel en Chile hace algunos años. Nos recibió en su casa y fue en todo momento amable y cercano, demostrando así su humildad y su verdadera conexión con el público. A petición mía, y para defenderme de la acusación de unos amigos chilenos de que yo no podía tocar bien la cueca – la danza nacional de Chile –, se prestó gustosamente a escuchar cómo tocaba una, y mintió en un papel que guardo como un talismán: “Diploma. Hannes toca muy bien la cueca. A. Parra”. Un acto que resume su carácter cordial, su sencillez, su generosidad y su sentido del humor.
El compositor, etnomusicólogo y director teatral napolitano Roberto De Simone ha muerto en Nápoles a los 91 años. Fue autor de La gatta Cenerentola y fundador de la Nuova Compagnia di Canto Popolare. En su Cantata per Masaniello colaboró el grupo chileno Inti-Illimani, en una obra que unió la tradición napolitana con la música latinoamericana.
La cantante catalana Sílvia Pérez Cruz participa con su voz en el nuevo trabajo del compositor Feliu Gasull, donde interpreta varias piezas con orquesta, en un disco que reúne también a Pau Figueres, Josep Pons y la Orquestra del Gran Teatre del Liceu.
La profesora puertorriqueña Limarí Rivera Ríos publica el primer estudio académico interdisciplinario sobre la obra de Silvio Rodríguez, explorando la relación entre canción y poesía, la representación del amor como ética revolucionaria, el discurso racial y el legado de Martí y Guillén.
La cantora colombiana presenta una obra profundamente conectada con su tierra natal, el río Timbiquí, y con las tradiciones musicales del Pacífico. El álbum reúne 11 canciones escritas, dirigidas y coproducidas por ella, con colaboraciones de artistas como Daymé Arocena y Shirley Campbell.
La cantautora mallorquina Maria del Mar Bonet publica una versión restaurada y ampliada del álbum A l'Olympia grabado en 1975 en la sala Olympia de París, con canciones no incluidas en su día y una nueva gira que arranca este fin de semana en el Festival BarnaSants.