Nuevo CD
Joan Isaac, presuntamente inocente
Joan Isaac acaba de sacar al mercado su décimotercer disco Em declaro innocent (Discmedi 2011) en donde se declara inocente, infeliz y distinto aunque, eso sí, felizmente inocente, felizmente infeliz y felizmente distinto.
Joan Isaac acaba de sacar al mercado su décimotercer disco Em declaro innocent (Discmedi 2011) en donde se declara inocente, infeliz y distinto aunque, eso sí, felizmente inocente, felizmente infeliz y felizmente distinto.
Fotografía del interior del CD «Em declaro innocent» de Joan Isaac.
© Juan Miguel Morales
Dice una vieja máxima periodística que lo habitual, ordinario, no es noticia. Para entendernos, aquello del perro que muerde a un hombre o el hombre que muerde a un perro. Decir que Em declaro innocent (Me declaro inocente), el último disco de Joan Isaac, es mejor que los anteriores sería como decir que un perro ha mordido a un hombre, vaya, que no es noticia.
Pero, escuchadme, yo soy un aprendiz con esto del periodismo y siempre me sale el científico —soy tercamente de ciencias— y la curiosidad por saber qué narices hacía allí el perro, hacia donde iba el hombre y quién provocó a quien.
Generalmente para hacer una buena antología de los trovadores de larga trayectoria —eufemismo para nombrar aquellos que tienen más recuerdos que proyectos y más años que cabellos— hay que buscar en sus primeras obras. En cambio, en el caso de Joan, en cada uno de sus últimos discos, encontraríamos al menos un par de temas dignos de estar en la lista de sus mejores canciones.
Y para eso yo tengo una teoría: la música de autor —la trovaduría— es vivencia y reflexión, la capacidad de explicarnos qué nos pasa y el intento de explicarnos el porqué. Y para eso —y aunque pueda parecer una paradoja— no nos hace falta necesariamente ni una proximidad física, ni temporal, ni cultural. Para entendernos, la capacidad de emocionarnos con Violeta Parra, Jacques Brel o Silvio Rodríguez no depende ni de patrias, ni de épocas, ni de lenguas.
¿Qué hace falta entonces? Creo que lo que nos es imprescindible para conectar con un trovador es la proximidad emocional. Las personas somos más estándares y más previsibles de lo que nos creemos. Todos vamos por la calle, hacemos colas en el cine, tomamos un café en el bar, vamos de vacaciones cuando podemos, vamos a buscar a los niños a la escuela. Tenemos nuestra pareja que nos ama pero que querría aún más y más de nosotros, la tía que se le va la cabeza, el anonimato de las siete y pico en el autobús, ese trabajo que querríamos cambiar y los dolores de cabeza para llegar a fin de mes.
Todo esto el trovador lo vive, lo observa, nos lo cuenta, y, si tiene suficiente talento, nos identifica con él.
Pero qué pasa cuando el trovador deja de ser un ser anónimo, ya no sale a la calle, no agarra el autobús y ya no necesita hacer colas para tener una mesa en el restaurante. ¿Qué pasa cuando la tía presume de sobrino famoso, todo el bar se voltea cuando él entra y no tiene ningún problema —si quisiera— para enamorar cualquier chica.
¿Qué pasa cuando —tal como formuló Heisenberg en su Principio de Incertidumbre— el observador modifica la realidad? ¿Qué pasa cuando la realidad del trovador ya no es la nuestra? Seguramente que cada vez nos interesará menos eso que nos ha de decir y tendremos que remontarnos años atrás para encontrar algo que nos identifique con él.
Joan Isaac en cambio, sigue siendo uno de los nuestros. Sale a la calle, hace colas y entra en los bares. En su farmacia debe escuchar las quejas del dolor que le hace la ciática a la señora María o calmar la angustia de la madre primeriza porque su bebé le tiene unas décimas.
Joan tiene los pies en el suelo, como tú y como yo. Y es así como aparecen canciones de amor —de amor cotidiano como el tuyo y el mío— como Si vols, Si t'enamores o Ho donaria tot; retratos de personajes, situaciones o tentaciones de la gente de la calle como Aquests homes sols, que parlen sols, No estem sols o M'agradaria tant; reflexiones sobre la vida o la muerte profundamente terrenales como Si a l'altre món; o un sencillo y cercano homenaje a Andalucía como Mar i gràcia.
Y todo ello sin abandonar los temas recurrentes de Joan, mezcla de dudas, introspecciones y manifiesto de intenciones como Benvinguda, malenconia, Quatre llunes, Vindràs o, la que da nombre al disco, Em declaro innocent; filosofía profunda pero dicha de aquella manera cercana y con la puntería precisa para atravesarnos el pecho. Al fin y al cabo todos acarreamos inseguridades y esperanzas pero pocos tenemos el talento y el coraje de desnudarnos y dejar las vergüenzas al aire.
El disco se cierra con un nuevo giño a Italia, país donde Joan es muy respetado —a veces más que en casa, cosas de ser catalán— con Se, un poema de Nini Giacomelli.
Joan Isaac se declara inocente, pero no os dejéis engañar: Todo es premeditado en este disco y no hay nada al azar. Desde un sonido pulcro y limpio; unos arreglos delicados; unas gráficas blancas, oxigenadas, llenas de flores y unas acertadas fotografías de Juan Miguel Morales, con un Joan luminoso y pícaro.
Decía al principio que en cada uno de los últimos discos de Joan encontraríamos al menos un par de temas dignos de una antología. En Em declaro innocent hay al menos cuatro o cinco, pero no os diré cuáles. Escuchad el disco y ya me diréis si tengo o no tengo razón.
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