Quintín Cabrera
Pregunté por él hace dos fines de semana, cuando visité Luzón; pueblo de Guadalajara donde se instaló Quintín huyendo del ruido y de la miseria del sector. Allí llevaba el bar de la plaza; un bareto sencillo; de los de "partidilla" y "jarana los días de partido". Se hizo con el corazón de sus habitantes, los cuales, con semblante serio, me contaron de su enfermedad: "Que era mala, mala" -me decía el encargado que despachaba, en su ausencia, a la parroquia-.
No pude saludarle, claro; estaba ya en el hospital finiquitando con la vida.
Supe de él desde mi más "tierna adolescencia". Una noviaza de diecisiete, alumna de un colegio salesiano, con la guitarra apoyada en la "lasciva faldita de tabla", me ponía "como un reno" mientras desplegaba, con desparpajo, aseo musical y voz de catequista, un repertorio desconocido para mi entonces, y que resultó ser, en su mayoría, de "Quintín Cabrera". Canciones populares, pícaras y con chispa social que, cantadas por la escolar, provocaban en la audiencia las mas bajas y sucias fantasías. La lujuria se apoderaba de la instalación salesiana con el primer lance por Quintín: "El gallo en su gallinero, abre las alas y canta..." Ivonne; se llamaba.
Aunque sólo sea por eso: ¡Bendito seas Quintín Cabrera! ¡Bendito sea todo tu repertorio!; que se me quedó grabado en la sesera como un códice asirio en el granito. Cincelado en mi libido, canción a canción, por el martillo del sexo primerizo de aquellos años.
Por esa razón, cuando nos presentó Antonio Gómez, periodista entonces de EL PAÍS; y separados inevitablemente por cierta diferencia de años y de influencias musicales, "flipó en colores" cuando comprobó el conocimiento tan minucioso que yo tenía de su repertorio. Me tomo por un fan y no lo era. Mi gratitud hacia su obra superaba, con creces, la de un fan convencional; aunque no le di detalles.
Quintín Cabrera fue un tipo divertido, chisposo, "pedagógico" en el buen sentido: el sentido de humor. Uno de los primeros cantantes populares que contribuyó a despojar de solemnidad "el recitado cantautoril" tantas veces empachado de pedantería.
No sólo en Luzón dejará un vacío...
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