Portada > Opinión (Órden cronológico inverso)
Alfredo Zitarrosa nació el 10 de marzo de 1936 en Montevideo. Murió en esta misma ciudad, ventosa y lenta, 53 años más tarde. Ni el exilio ni la muerte pudieron debilitar la unión con su pueblo “oriental”. Acercarse a la obra de Zitarrosa es acercarse, sin duda, al Uruguay: los tambores y las bordonas perfilan los días de carnaval y de llamadas, la voz recuerda el sueño de Artigas, el mando de Batlle, los “anarcos queridos”, el derrumbe de la res en los mataderos, la feliz descarga del as bueno en un truco, los veranos del cuarenta, las tardes junto a la radio, las librerías de Tristán Narvaja, la afición a Fidias, Parménides, Heráclito, el honor de abrazar una guitarra y cantar por el mejor destino de un pueblo.
Quizás pocos recuerden o sepan que en julio de 1966, Violeta Parra visitó Magallanes. Vino como parte del programa “Chile ríe y canta”, de René Largo Farías, acompañada por Patricio Manns, Voces Andinas, Pedro Messone, Cantares de Chile, Sergio Sauvalle y el primer conjunto pascuense que llegaba a la ciudad (así lo precisa El Magallanes del 21 de julio de 1966).
Distintos testimonios y documentos (entre los primeros, el del locutor Daniel Ruiz, y entre los segundos, los de la Prensa Austral y El Magallanes), señalan que fue una visita feliz para Violeta.
Como un eco que no pierde, a pesar de la distancia y el tiempo, el vínculo material con la vibración que le dio origen, la voz de Violeta Parra sigue estando con nosotros. Muestras palpables han sido las explícitas referencias a ella que han hecho Inti-Illimani y Quilapayún en sus recientes actuaciones en la ciudad. Las canciones de Violeta siguen formando parte de sus repertorios y no se han movido de la memoria popular, que las guarda como piedras preciosas sin necesidad de cegadoras publicidades.
El propósito de esta columna es entregar algunos antecedentes de la visita de Violeta Parra, y de esa voz que persiste, a Magallanes, en julio de 1966, hace exactamente 40 años.
Me he sentado en el suelo como un niño rodeado de mis cedés. Los tengo todos sin caja, por que mi cadena de música es bastante buena para reproducirlos perfectamente aunque estén un poco rayados y así no me tengo que molestar en ponerlos y en sacarlos de la cajita cada vez. Bien, justo encima de la cadena tengo las dos pilas principales: una son los discos de Lluís Llach y la otra los de Paul Simon. Después hay otras pilas, algunas al lado de la cadena y las otras en la mesa de escribir o en los estantes de atrás. Me he sentado en el suelo como un niño rodeado de mis cedés, de todos los que he encontrado por la casa, de todas las pilas excepto la de Lluís Llach y la del Paul Simon, que son las escucho habitualmente.
Escuché a
Santiago Feliú en el
Festival BarnaSants. Lo primero que anoto en estas líneas es lo siguiente: la canción que más me desarmó fue la que no tenía letra porque se convirtió en todo un relato de y sobre los sonidos antes de ser palabras, un estado previo a lo verbal, una emoción articulada por expresiones que podían hablar de lo que uno(a) quisiera; a la vez, una gramática del silencio. Esa noche, es decir ayer, en primera fila y al frente, todo era visceral, mágico, iluminador.
Es un disco precioso. Podemos hablar de Cataluña y de Valencia, de
Països Catalans. De diferencia generacional, de la promesa de tus canciones, de qué hacía yo cuando tenía tu edad. Pero lo que ayer presentaron en Barcelona Lluís Llach y Feliu Ventura fue, por encima de todo, un disco precioso.
Que no s'apague la llum no es sólo un encuentro de dos que hacen dúos, un cantante consagrado y uno de joven que empieza: es el testigo de un aprendizaje mutuo, y aunque no haya ninguna canción inédita se puede decir sin mentir que todas las canciones son nuevas.
A menudo en las ruedas de prensa del Lluís Llach, y ayer no fue una excepción, la política es el único tema sobre el cual preguntan los periodistas.
Santiago Feliú
Hay artistas dueños de una obra que resulta imborrable de nuestras mentes y cuyo quehacer queda ahí para conformar nuestras evocaciones y nostalgias. En esa categoría se inscribe lo llevado a cabo por Santiago Feliú, desde que debutase en los escenarios cubanos a fines del decenio de los setenta.
Sentado en mi cuarto, mientras el lector de la máquina de compactos repasa los cortes de los distintos álbumes que del Santi compilo en mi fonoteca personal, el recorrido que ahora hago por buena parte de su obra a fin de motivarme para escribir las presentes líneas, me transporta por diversos instantes de mi vida durante los pasados 29 años, pues conocí las primeras canciones de este cantautor cuando ambos éramos un par de adolescentes allá por 1978.
Extraño sentimiento.
Lluís Llach forma parte de mi educación sentimental de tal forma, que seguramente ha conformado algunos de los recuerdos más bellos de los años de la locura adolescente. Después, con la serenidad, ha quedado aquello que el tiempo no decapita, y muchas son las cadencias de Llach que han conseguido acompañarme a lo largo de la vida, más allá de la nostalgia. Probablemente por ello, por la densidad de algunos sentimientos, este artículo me resulta enormemente incómodo.
Siempre te he conocido igual, Joan Carles Doval. Este hombre, presidente de PICAP, no se diferencia de nosotros por sus gustos ni por sus preferencias artísticas: más bien diría que somos iguales y que estos gustos y estas preferencias son las mismas. La diferencia que hay es que él un día decidió jugarse la cara por sus gustos y por sus preferencias, y ponerse al frente de una empresa como PICAP que en tiempo de multinacional y unisonido defendía y defiende la música de autor contra la música en serie, la música artesana contra la música industrial, la buena música contra la música sólo rentable, e incluso la música contra el simple ruido inútil.
Liten vals (Valsinha)Texto: Vinícius de Moraes
Traducción: Hannes Salo
En dag så kom han hem helt annorlunda än sitt vanliga och gamla jag,
han tittade i hennes ögon på ett mycket ömmare sätt denna dag,
han svor inte över sin tillvaro utan han tystnade och tog ett andetag,
och när han fråga' ”ska vi ta en sväng”, så blev hon helt förbluffad över hans förslag.
Så hon sprang för att måla läpparna och kamma ut sitt långa vackra hår,
hon hittade sin blåa klänning som fått samla damm under så många år,
och sedan tog han hennes hand och de gick ut i huvudstadens vackra vår,
och uppfyllda av kärlek gick de ned på stan; en märklig frid låg kvar i deras spår.