A estas alturas de la película, habiendo visto lo visto y con el alma casi en derribo, quedan pocas cosas que puedan sorprendernos, sacudirnos y conmovernos. Demasiados cuerpos de niños descuartizados y sangrando porque alguien decidió atarse una bomba al cuerpo o porque otro alguien quiso vengarse de la familia del anterior.
Y cuando resulta —siglo XXI, Cambalache— que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador ¿quién puede hacerle cosquillas a este corazón que se nos está quedando duro de tantas capas que le ponemos encima para no ver lo que no queremos ver, ni escuchar lo que no interesa, ni sentir lo que nos duele?
Por eso, cuando encuentro a alguien capaz de sorprenderme, sacudirme y conmoverme, enciendo una velita a la Santa Trova y le doy las gracias por demostrarme que mi alma sigue en pie y que debajo de tanta capa late un corazón —a pesar de tanto hijo de puta— capaz de emocionarse.
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Marta Gómez lo tiene todo. Es hermosa. Por dentro y por fuera. Tiene una voz clara, hipnótica y con autoridad. Mezcla alegría, melancolía, espíritu y talento. Sabe sonreír. Por dentro y por fuera. Y es contagiosa e impone presencia y liderazgo encima del escenario. Allá arriba manda ella y el resto la seguimos como soñadores vencidos por la idea más bella. Y sabe cazar canciones. La palabra, la imagen, el acorde, el ritmo. Todo en su lugar, a su tiempo. Nos recuerda que hay vida más allá de los viejos trovadores. Y por encima de todo nos conmueve. Quizás porque viene de una tierra que le sobra corazón y voluntad.
Marta Gómez en un futuro no muy lejano llenará estadios. Será imitada. La gente pagará cantidades obscenas para poder verla.
Fíjense hermanos: somos unos privilegiados.
Cuando hace apenas cinco meses convencimos a Pere Camps —director del BarnaSants— para que asistiera a un concierto de Marta Gómez, ella salió con un contrato para el BarnaSants 2009 y él —todavía emocionado— con el título de esta presentación: "Marta Gómez es la Violeta Parra del siglo XXI" y añadió con su fina socarronería "Si publicas la frase pon que la he dicho yo que quiero cobrar derechos de autor". Al César lo que es del César...
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.
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