«50 años no es nada»

Víctor Manuel celebra el paso de medio siglo sin renunciar a la memoria

AGENCIAS el 14/09/2014 

50 años no es nada bautizó Víctor Manuel a los conciertos conmemorativos de la historia de un joven de Mieres que en 1964 se instaló en Madrid para impulsar su carrera musical y que volvió a su tierra junto a varios de los mejores artistas de ese tiempo para defender también el inexcusable deber de la memoria.

El cantante asturiano Víctor Manuel, acompañado por todos sus artistas invitados, durante el concierto que ofreció la noche del viernes en Oviedo para conmemorar sus cincuenta años en el mundo de la música.

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El cantante catalán Joan Manuel Serrat se despide del público envuelto en las banderas catalana y asturiana.

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El cantante asturiano Víctor Manuel durante el concierto que ofreció la noche del viernes en Oviedo para conmemorar sus cincuenta años en el mundo de la música.

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EFE/Raúl Molina - "Nadie me dijo que no y me puse a ofrecerles canciones", había señalado Víctor Manuel durante la preparación de los dos conciertos, con veinte mil localidades agotadas desde hace meses, con los que ha dado el repaso, quizá definitivo, a su obra.

El primer recital, que ha servido para abrir las fiestas de San Mateo tras el pregón del propio Víctor Manuel, ha colmado a través de treinta temas las expectativas de los más de diez mil espectadores, que abarrotaban la carpa instalada en el exterior del Nuevo Carlos Tartiere una hora antes del concierto para calentar gargantas con el brasileño Vaudí y sus versiones del homenajeado.

Pese a lo bien acompañado que celebró su aniversario, Víctor Manuel salió a cuerpo gentil —chaqueta negra, camiseta blanca "y lavadas para mañana que los conciertos se graban" había bromeado— para recibir la ovación de su público que coreó junto a La danza de San Xuan y La romería, su primer éxito, que dio a paso a La sirena, también con ecos asturianos

"Yo soy de aquí al lado, de Mieres del Camín, nací al lado del Puente de la Perra, junto a la vía del tren, así que toda mi vida he visto pasar trenes", fue el saludo para sus seguidores y dar paso a El hijo del ferroviario, un recuerdo para su padre, un republicano con le sirvió para recordar "a las miles de personas enterradas en cuentas, fosas y pozos" sin que ningún gobierno "después de tantos años de democracia se lo haya tomado en serio".

Su llamada a la memoria precedió a Cómo voy a olvidarme, antes de dar paso a los primeros invitados y a la suite asturiana junto al vocalista de Nuberu, Chus Pedro; la cantante de tonada Marisa Valle y el gaitero Hevia para enlazar Danza del cuélebre, La planta 14, Paxarinos y Por el camino de Mieres.

Nada nuevo bajo el sol dio paso a Canción para Pilar, convertida en una presentación para su invitada más cercana, Ana Belén, e interpretar con ella Contamíname antes de entonar el Ay, amor, uno de sus grandes éxitos con la producción del italiano Danilo Vaona, con el que renovó su sonido y le hizo superar, sin renunciar a nada, la figura de cantautor político.

Y siguió hablando de lo dulce que saben algunas bocas antes de llamar a Pedro Guerra al escenario para Canción pequeña y a Rosendo para una rareza en su repertorio, Canción de la esperanza, un tema que no interpretaba desde hacía treinta y tres años.

Con Aute se preguntó A dónde irán los besos y recuperó su primera canción de amor, Quiero abrazarte tanto, junto a Ismael Serrano e interpretó Bailarina con su hijo David al piano —también su hermana Marina subió al escenario— y volver a explicar con rabia, en la más necesaria que nunca, Esto no es una canción en qué consiste eso de la patria ("aquí cabemos todos o no cabe ni dios").

Sole Giménez, una de las mejores voces del pop español, se sumó a la fiesta para recordar el drama de la droga con La madre antes de ponerse "serio" junto al Gran Wyoming para pedir que les dejen en paz, que en el infierno, al fin y al cabo, no están tan mal y dejó para Miguel Poveda una escalofriante versión de Asturias, la grabación que Víctor Manuel apuesta porque sea la definitiva.

La albaceteña Rozalén le acompañó en Luna antes de la traca final. Con Pablo Milanés, aún convaleciente, optó por Tu boca una nube blanca entre el emocionado cariño del público hacia la figura del cantautor cubano y Estopa aportó ritmo a la, para muchos, autobiográfica Soy un corazón tendido al sol.

Miguel Ríos se había apropiado de Solo pienso en ti por delante de Milanés y, pese a su retirada, lució voz antes de dar paso a El abuelo Vítor con otro contemporáneo de lujo como Joan Manuel Serrat, que prepara también la conmemoración de su medio siglo musical y que dejó la escena envuelto en una bandera, arrojada por el público, que unía las enseñas de Cataluña y Asturias.

Antes de una nueva y apoteósica repetición de los versos con los que Pedro Garfias describió Asturias con la colaboración de todos los invitados, Ana Belén ya había vuelto a acompañarlo para cantar La puerta de Alcalá. Y quizá la mirada y los besos que le dedicó, tantos años después, expliquen por qué es tan difícil decirle que no a un chico que salió de Mieres a recorrer el mundo con una guitarra.

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