Septiembre de 2008
Los huérfanos de madre tenemos unas carencias afectivas curiosas. O al menos yo.
Recuerdo mi adolescencia como una larga etapa poblada por músicas anglosajonas. Externas. Me horrorizaba todo lo castizo, y de lo hispano casi solamente me atraían los folklores indígenas.
Hasta que un día escuché una voz especial. Algo que me sonaba a eso tan inexplicable que es el afecto. A nana. A cultura oral. A pasillo de mi casa. A pan recién amasado. A lo que debía haber conocido desde siempre pero que me era completamente nuevo. María Elena Walsh se convirtió desde entonces en algo más que una compositora, una cantante, una escritora. Más que una hermana, incluso.
Poco a poco comprendí que esa era una manera de comunicarse mucho más fértil, mucho más audaz y mucho más universal que la de tararear las músicas de los Beatles. Y me profesionalicé para seguir adelante con el mensaje afectuoso de la Walsh “Madraza del idioma, España mía, te venere yo ahora y en la hora de morirme de amor por las palabras…”
María Elena era y es la esencia misma de la lengua. La entraña de la música. No me hace falta verla para estar con ella. Cierro los ojos y la oigo. Oigo sus palabras, sus músicas. Permanentes. Inmutables.
El álbum blanco para Silvio Rodríguez, producido en La Habana, reúne once canciones —siete de ellas inéditas— en nuevas versiones a cargo de artistas latinoamericanos y españoles; el primer adelanto es Las nubes, interpretado por el chileno Manuel García
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
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