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Novedad discográfica
Era un día de febrero de 1997. Corría una "noche de pingüinos" tal como la catalogó Vicente Feliú. Era a él a quien íbamos a ver y escuchar en la Sala Apolo de Barcelona. Llegando a la puerta del local nos encontramos con un cartel donde se decía que "el Tinto" venía acompañado de dos jóvenes trovadores cubanos que formaban una suerte de "dúo" llamados Carlos Lage y Karel García.
He de confesar que en un principio no me gustó la idea de haber salido de casa en una noche que invitaba a meterse debajo de las sábanas para ver a dos tipos de los que no había oído hablar nunca. Al empezar el concierto Vicente se disculpó por la ausencia de Karel —a mí me sonaba a nombre de chica— por problemas con la siempre jodida visa cubana. Menos mal —pensé—, uno menos. Lo cierto es que el que quedaba —Carlos— acaparó el concierto llegando a tomar todo el protagonismo, siempre bajo la sonrisa complaciente que aparecía esculpida en los labios de Vicente de aquel maestro que ve volar a su discípulo.
Cuando la soledad es la única amiga, cuando ya nada acoge la esperanza, cuando la tristeza vuelve góticos los jardines y la niebla de un luto vive en casa, tú me guardas el sol, tú eres el sol, sé que sólo tengo que correr hacia ti para volver a ver el sol. Cuando el suelo es tan de cristal que a cada paso se nos va resquebrajando, cuando el azul del cielo es cada vez más pálido hasta volverse blanco, hasta volverse blanco para desaparecer después; cuando ya no hay alegría para brindar ni fe para seguir navegando y tu nombre ya hace días que no vive en mis labios, sé que allí donde estés tú me guardas el sol, me estás guardando el sol, y que sólo me hace falta correr hacia ti para volver a ver el sol.
Existen dos verdades fundamentales: a todos nos llega la muerte y los pedos huelen mal.
Por mucho que luchemos tarde o temprano estas verdades nos serán reveladas. Podemos embutirnos en siliconas y botox o creer en vidas eternas y paraísos o reencarnaciones y nirvanas. Podemos taparnos la nariz o echarle la culpa al perro.
Pero nunca nadie escapa a esas verdades.
Silvio Rodríguez canceló su último concierto en Chile alegando que el precio de los boletos era excesivo. No se le puede negar talento a Silvio cuando construye historias, pero ésta es poco creíble.
DIVISAA l'atzar agraeixo tres dons: haver nascut dona,
de classe baixa i nació oprimida.
I el tèrbol atzur de ser tres voltes rebel.
Maria Mercè Marçal
(Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer,
de clase baja y nación oprimida.
Y el turbio azur de ser tres veces rebelde.)
Hoy es el Día Internacional de la Mujer. Bonito y merecido día. Aunque nos llegue, como no pocas festividades, de Yanquilandia, como el Día de San Valentín, como Jalogüin y como ese gordo seboso vestido de rojo y a sueldo de la Coca-Cola que —a diferencia de los Reyes Magos— no existe.
Si Cuba es música, Augusto es trova. O mejor, TROVA. Con mayúsculas. Perteneciente a la generación de los renovadores, esa generación tan determinante entre los que se encuentran nombres como los de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González o Vicente Feliú, por citar algunos, Augusto –también compositor de las piezas que interpreta- siempre ha sido, además, un gran conocedor de la trova más tradicional; de las raíces. Por eso, este trovero ha sido capaz de jugar con el concepto “trova” y llevarlo a mundos donde habitualmente no solemos encontrarla. Augusto ha mezclado ese género cubano -o esa forma de afrontar la “canción”- nacido en la parte oriental de la isla, como él, lo ha mezclado con el teatro, con el mundo infantil, y lo ha reinventado encontrándole otras dimensiones: “Teatrova” es el nombre que define uno de los caminos tomados por nuestro cantautor.
Hoy estoy de luto y me durará un tiempo porque ya sólo quedan 24 días para que Lluís Llach haga su último concierto. También lo comento en el artículo del AVUI. Lo llevo fatal, es mi cantante, ha sido mi camino, mi manera de escribir, mi manera de aproximarme al mundo y describirlo. Y mira que es propalestino y yo directamente judío; y mira que es comunista y yo creo que es la ideología más estúpida y asesina de la historia; y mira que es feminista y yo creo que el feminismo es una ramificación del lesbianismo no correspondido.
Alfredo Zitarrosa nació el 10 de marzo de 1936 en Montevideo. Murió en esta misma ciudad, ventosa y lenta, 53 años más tarde. Ni el exilio ni la muerte pudieron debilitar la unión con su pueblo “oriental”. Acercarse a la obra de Zitarrosa es acercarse, sin duda, al Uruguay: los tambores y las bordonas perfilan los días de carnaval y de llamadas, la voz recuerda el sueño de Artigas, el mando de Batlle, los “anarcos queridos”, el derrumbe de la res en los mataderos, la feliz descarga del as bueno en un truco, los veranos del cuarenta, las tardes junto a la radio, las librerías de Tristán Narvaja, la afición a Fidias, Parménides, Heráclito, el honor de abrazar una guitarra y cantar por el mejor destino de un pueblo.
Quizás pocos recuerden o sepan que en julio de 1966, Violeta Parra visitó Magallanes. Vino como parte del programa “Chile ríe y canta”, de René Largo Farías, acompañada por Patricio Manns, Voces Andinas, Pedro Messone, Cantares de Chile, Sergio Sauvalle y el primer conjunto pascuense que llegaba a la ciudad (así lo precisa El Magallanes del 21 de julio de 1966).
Distintos testimonios y documentos (entre los primeros, el del locutor Daniel Ruiz, y entre los segundos, los de la Prensa Austral y El Magallanes), señalan que fue una visita feliz para Violeta.
Como un eco que no pierde, a pesar de la distancia y el tiempo, el vínculo material con la vibración que le dio origen, la voz de Violeta Parra sigue estando con nosotros. Muestras palpables han sido las explícitas referencias a ella que han hecho Inti-Illimani y Quilapayún en sus recientes actuaciones en la ciudad. Las canciones de Violeta siguen formando parte de sus repertorios y no se han movido de la memoria popular, que las guarda como piedras preciosas sin necesidad de cegadoras publicidades.
El propósito de esta columna es entregar algunos antecedentes de la visita de Violeta Parra, y de esa voz que persiste, a Magallanes, en julio de 1966, hace exactamente 40 años.
Me he sentado en el suelo como un niño rodeado de mis cedés. Los tengo todos sin caja, por que mi cadena de música es bastante buena para reproducirlos perfectamente aunque estén un poco rayados y así no me tengo que molestar en ponerlos y en sacarlos de la cajita cada vez. Bien, justo encima de la cadena tengo las dos pilas principales: una son los discos de Lluís Llach y la otra los de Paul Simon. Después hay otras pilas, algunas al lado de la cadena y las otras en la mesa de escribir o en los estantes de atrás. Me he sentado en el suelo como un niño rodeado de mis cedés, de todos los que he encontrado por la casa, de todas las pilas excepto la de Lluís Llach y la del Paul Simon, que son las escucho habitualmente.